25/1/08

El tonel de amontillado

El tonel de amontillado

Edgar Allan Poe

Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme. Ustedes, que conocen tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegarán a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien se venga.

Es preciso entender bien que ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida.

Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millionaires ingleses y austríacos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de éstos.

Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento.

-Querido Fortunato -le dije en tono jovial-, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas.

-¿Cómo? -dijo él-. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval!

-Por eso mismo le digo que tengo mis dudas -contesté-, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la ocasión.

-¡Amontillado!

-Tengo mis dudas.

-¡Amontillado!

-Y he de pagarlo.

-¡Amontillado!

-Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido. Él me dirá...

-Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez.

-Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted.

-Vamos, vamos allá.

-¿Adónde?

-A sus bodegas.

-No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso. Luchesi...

-No tengo ningún compromiso. Vamos.

-No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre.

-A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe distinguir el jerez del amontillado.

Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas.

Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guié, haciéndole encorvarse a través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors.

El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus zancadas.

-¿Y el barril? -preguntó.

-Está más allá -le contesté-. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva.

Se volvió hacia mí y me miró con sus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.

-¿Salitre? -me preguntó, por fin.

-Salitre -le contesté-. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?

-¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!...!

A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos.

-No es nada -dijo por último.

-Venga -le dije enérgicamente-. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado, admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que mí respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi...

-Basta -me dijo-. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos.

-Verdad, verdad -le contesté-. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad.

Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas en el húmedo suelo.

-Beba -le dije, ofreciéndole el vino.

Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los cascabeles sonaron.

-Bebo -dijo- a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro.

-Y yo, por la larga vida de usted.

De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro camino.

-Esas cuevas -me dijo- son muy vastas.

-Los Montresors -le contesté- era una grande y numerosa familia.

-He olvidado cuáles eran sus armas.

-Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.

-¡Muy bien! -dijo.

Brillaba el vino en sus ojos y retiñían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un brazo, más arriba del codo.

-El salitre -le dije-. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos...

-No es nada -dijo-. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc.

Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender. Le miré sorprendido. El repitió el movimiento, un movimiento grotesco.

-¿No comprende usted? -preguntó.

-No -le contesté.

-Entonces, ¿no es usted de la hermandad?

-¿Cómo?

-¿No pertenece usted a la masonería?

-Sí, sí -dije-; sí, sí.

-¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón?

-Un masón -repliqué.

-A ver, un signo -dijo.

-Éste -le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil.

-Usted bromea -dijo, retrocediéndo unos pasos-. Pero, en fin, vamos por el amontillado.

-Bien -dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo.

Apoyóse pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París.

Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura. Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas, y se apoyaba en una de las paredes de granito macizo que las circundaban.

En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.

-Adelántese -le dije-. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi...

-Es un ignorante -interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí.

En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.

-Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.

-¡El amontillado! -exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.

-Cierto -repliqué-, el amontillado.

Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a un lado no tardé en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez de Fortunato se había disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que salió de la profundidad del recinto. No era ya el grito de un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio. Encima de la primera hilada coloqué la segunda, la tercera y la cuarta. Y oí entonces las furiosas sacudidas de la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para deleitarme con él, interrumpí mi tarea y me senté en cuclillas sobre los huesos. Cuando se apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la paleta y acabé sin interrupción las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallaba entonces a la altura de mi pecho. De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que había ejecutado, dirigí la luz sobre la figura que se hallaba en el interior.

Una serie de fuertes y agudos gritos salió de repente de la garganta del hombre encadenado, como si quisiera rechazarme con violencia hacia atrás.

Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del nicho. Pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra y respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared, y contesté entonces a los gritos de quien clamaba. Los repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice, y el que gritaba acabó por callarse.

Ya era medianoche, y llegaba a su término mi trabajo. Había dado fin a las octava, novena y décima hiladas. Había terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan sólo una piedra que colocar y revocar. Tenía que luchar con su peso. Sólo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del nicho una risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emitía con una voz tan triste, que con dificultad la identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía:

-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos reiremos luego en el palazzo, ¡je, je, je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je!

-El amontillado -dije.

-¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady Fortunato y los demás? Vámonos.

-Sí -dije-; vámonos ya.

-¡Por el amor de Dios, Montresor!

-Sí -dije-; por el amor de Dios.

En vano me esforcé en obtener respuesta a aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz:

-¡Fortunato!

No hubo respuesta, y volví a llamar.

-¡Fortunato!

Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dejé caer en el interior. Me contestó sólo un cascabeleo. Sentía una presión en el corazón, sin duda causada por la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado. In pace requiescat!


Edgar Allan Poe


Edgar Allan Poe es indudablemente conocido como el gran maestro del relato corto. Escritor, poeta y crítico se destacó tanto por sus poemas como por sus cuentos, principalmente en el género del terror y el misterio, donde para muchos es el máximo exponente del género, inspiración para muchos escritores de los años siguientes y hasta la actualidad.

Nació en la ciudad de Boston, Massachussets, Estados Unidos, el 19 de enero de 1809 hijo de actores de teatro humildes. Contando apenas 9 meses fue abandonado por su padre David Poe y un año y medio más tarde falleció víctima de tuberculosis su madre Elisabeth Arnold. Siendo huérfano quedó bajo los cuidados de una acaudalada familia de Richmond, Virginia, de apellido Allan. Sus dos hermanos fueron distribuidos en diferentes familias. Su padre adoptivo resultó ser muy duro con él mientras que por el contrario su madre adoptiva lo mimaba en exceso.

Desde muy chico se mostró interesado en la literatura y la narrativa. A los cuatro años entretenía a las visitas recitando trabajos de escritores de la época como Walter Scott. En la adolescencia realizó sus primeros escritos, principalmente poemas, con notorias influencias de Lord Byron.

En 1815 la familia se trasladó al Reino Unido donde Poe pasó cinco años hasta 1820. Cuando regresó a Estados Unidos continuó su educación en diferentes centros de enseñanza privada y posteriormente, en 1826, comenzó una carrera en la prestigiosa Universidad de Virginia. Disfrutaba mucho de la lectura sobre múltiples temas, desde biología hasta matemática, pasando por la astronomía, pero se apasionaba por la literatura y las lenguas clásicas, algunas de las cuales (latín y francés) dominaba a la perfección. Desgraciadamente para él durante el mismo periodo se hizo adicto al juego y al alcohol lo que le ocasionó graves problemas que llevaron a que en 1827 fuera expulsado y generara grandes deudas. Su padre adoptivo, John Allan, se negó a hacerse cargo de dichas deudas por lo que Poe se vió obligado a trabajar de empleado para saldarlas. Sin embargo al poco tiempo Poe decidió que eso no era para él y volvió a Boston, donde logró publicar, anónimamente, su primer libro: Tamerlan y otros poemas. Se dice que antes de irse prendió fuego su habitación para que no quedasen reastros de él.

Al llegar a Boston y bajo el nombre de Edgar A. Perry se alistó en el ejército en el cual permaneció hasta 1829, año en el que publicó su segundo libro, Al Araf y fue ascendido a sargento mayor (máximo grado alcanzable por un suboficial). Ese mismo año falleció su madre adoptiva, lo que lo sumergió en una depresión, algo que sería constante en su vida, pero se reconcilió con su padre adoptivo quien le consiguió un cargo en la famosa Academia Militar de West Point, de la cual fue expulsado por negligencia e incumplimiento del deber.

En 1832, tras la publicación de su tercer libro, Poemas, Edgar y su hermano, William Henry, fueron a vivir junto a una tía y una sobrina en Baltimore. Ese mismo año ganó su primer premio en un concurso organizado por el Baltimore Sunday Visitor con su cuento Manuscrito hallado en una botella, y se convence firmemente de que puede ganarse la vida y ayudar a su familia escribiendo.

En 1834 falleció su padrastro sin dejarle ningún tipo de herencia, lo que volvió a afectarlo seriamente. Dos años después, en 1836, contrajo matrimonio con su sobrina Virginia Clemm, de tan sólo 13 años, y consiguió un trabajo como redactor en el periódico Southern Baltimore Messenger. No conforme con su situación, en 1837 se trasladó con su esposa a la ciudad de Nueva York donde trabajó como redactor en varias revistas. Incluso a Nueva York lo siguieron los problemas con el juego y la bebida lo que lo tuvo trasladándose contínuamente entre Boston, Baltimore y Nueva York. En 1837 se publicó su principal novela Aventuras de Arthur Gordon Pymm, inspirada en las historias que le contaban los pescadores que llegaban al puerto de Richmond cuando aún era un niño.

En 1840 se las arregló para conseguir que le editaran un libro recopilando la mayor parte de sus escritos publicados a lo largo de varios años en diferentes periódicos. Este libro, titulado Cuentos de lo grotesco y arabesco, reunía varios de los cuentos que hoy en día son considerados sus obras más importantes, entre ellos La caída de la casa de Usher y Ligeia. Muchos críticos consideran que ese libro marcó un hito en la historia de la literatura de terror y suspenso. El mismo año ganó otro premio, esta vez con su cuento El escarabajo de oro.

Durante sus contínuos traslados trabajó en múltiples revistas, tanto como editor, editor en jefe o consejero, logrando en algunos casos que la revista tuviera crecimientos explosivos en cuando a suscriptores y ventas. En 1845 consiguió él mismo ser propietario de una revista, el Brodway Journal al mismo tiempo que le llegó el reconocimiento a nivel nacional gracias a su relato en verso El cuervo, publicado por el periódico Evening Mirror el 29 de enero. También en 1845 publicó su segunda antología, con el mismo éxito de la primera, y en la que se recogían cuentos como El pozo y el péndulo, El corazón delator, El gato negro y La máscara de la muerte roja.

Justo cuando parecía que le había llegado el turno de destacarse y disfrutar de la fama, en 1846 debe cerrar su publicación, con la cual no había tenido el mismo éxito que con otras. Por entonces realizaba frecuentes críticas artísticas, con un estilo bastante agudo y cruel, lo que lo hizo bastante famoso pero no siempre bienvenido, aunque le impedía pasar grandes dificutades económicas. De 1846 es el cuento El tonel de amontillado. El mismo año y tras una fuerte hemorragia le diagnostican tuberculosis a su esposa, por lo que deciden trasladarse a las afueras de Nueva York donde el aire más puro podría ayudar a la recuperación de ella.

Para complementar su crisis depresiva, en 1847 la tuberculosis vence a Virginia lo que lo lleva a Poe a entregarse nuevamente al alcohol y al láudano (drogra común en la época), convirtiéndose en poco menos que un vagabundo, aunque publicando de cuando en cuando y por carta algunos escritos. A partir de entonces parece perderse en las oscuridades, con algún intento de suicidio durante 1848. Aunque buscó apoyo en diferentes mujeres, ninguna de ellas lo atraía lo suficiente para darle ánimos de continuar con su vida, hasta que por casualidad se reecontró con un antiguo amor, Sara Elmira Royster, a quien prometió matrimonio y abandonar completamente el alcohol. Habiendo fijado incluso la fecha para la boda, Edgar Allan Poe fue perdido de vista hasta que el 3 de octubre de 1849 fue encontrado totalmente fuera de sí vagando por las calles de Baltimore.

Internado en el hospital Washington College con un diagnóstico de delirium tremens (síntomas más avanzados de abstinencia de alcohol o drogas) sufrió de alucinaciones y delirios, intercalados con estados de lucidez, hasta su fallecimiento el 7 de octubre de 1847 con apenas 40 años. Nunca estuvo del todo clara la causa de su muerte, pudiendo tratarse de diabetes o incluso rabia. Según el doctor James Snodgrass, quien lo atendió en sus últimos días, las últimas palabras de Poe fueron “Que Dios se apiade de mi pobre alma”, pronunciadas tras el llamado insistente a un tal Reynolds, posiblemente uno de los exploradores que utilizó como modelo para Pymm. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de la misma ciudad.

En total Edgar Allan Poe escribió cerca de 60 cuentos cortos, varios libros de poemas (menos de los que él mismo hubiese deseado) y un par de novelas. Reconozco que no leí todos sus cuentos, sí la mayoría, y es uno de los pocos autores que logran con sus escritos obligarme a seguir leyendo. Las ambientaciones que logra, describiendo hasta el mínimo detalle del entorno pero sin adornalo con cosas que no aportan a la historia sólo por el hecho de agregar una página más, hacen que los lectores podamos ubicarnos en el mismo lugar que él se imaginó, incluso cuando en su mente se representaba una escena de hace 150 años. De igual manera, el suspenso que impone su narrativa, casi siempre efectiva en cuanto a que es difícil anticipar lo que sigue en el siguiente párrafo y mucho menos el final, hacen que uno termine de leer un cuento y deba quedarse unos minutos meditando sobre la historia, no preguntándose qué fue lo que sucedió o cómo llegó a eso (lo que hablaría muy mal del escritor) sino preguntándose qué otra cosa pudiese haber sucedido si fuera diferente, hasta descubrir que, ciertamente, lo que está escrito es lo único que pudo haber pasado, y aún así no lo imaginamos hasta que lo leímos.

La verdad, un grande que es mi inspiración cuando escribo; me gusta escribir, especialmente cuentos cortos, pero cuando pienso en los cuentos de Poe siento que no tengo ni puedo tener la capacidad de escribir siquiera uno con la mitad de calidad... y el mismo autor que me sirve de inspiración es también mi freno... no me animo a meterme en su terreno.

20/1/08

Sun compra MySQL (ayudando a los delfines a volar)

Me enteré de esto hace algunos días pero no había tenido tiempo de escribir la entrada. Y es algo que me alegra mucho. Al parecer (y sin parecer porque ya es oficial) Sun Microsystems llegó a un acuerdo para comprar MySQL AB.

Sun Microsystems es uno de los gigantes de la industria informática (aunque, para reconocerlo, algo venida a menos estos últimos años), creadora y principal impulsora del lenguaje de programación Java, el lenguaje más utilizado para desarrollar software en la actualidad. Por otra parte, MySQL AB es la desarrolladora de MySQL, el sistema manejador de bases de datos más importante y más utilizado a nivel mundial dentro de la categoría Open Source, y, si no me equivoco, el segundo comercial a nivel mundial tras Oracle.

El comunicado fue hecho público el pasado 16 de enero y en él se indica que el valor total de la compra asciende a un billón de dólares americanos (mil millones de dólares). De esta forma, Sun reafirma su posición como uno de los líderes en el mercado de la informática, abarcando múltiples tecnologías (desde hardware de alta tecnología, lenguajes de programación, sistemas operativos, servidores y ahora bases de datos) y también como contribuyente al Open Source.

No se espera que Sun MySQL empiece a competir inmediatamente en el mercado de servidores de bases de datos contra otros gigantes como Oracle e IBM (DB2), pero se sabe que existe un mercado de alrededor 15 billones de dólares esperando para la empresa con base en Santa Clara, California, EEUU. Y es que sin dudas MySQL es el mejor sistema de bases de datos Open Source, muy rápido, eficiente, estable y confiable, incluso comparado con sistemas cerrados. Estas características hacen que sea el motor preferido para aplicaciones de internet; es utilizado tanto por pequeños usuarios como por gigantes de la talla de Google y Nokia. Según MySQL, 50.000 copias del producto son descargadas diariamente y cerca de 100 millones están en funcionamiento.

Y seguramente no sólo los clientes de Sun y MySQL se verán beneficiados con esta nueva adquisición: según palabras de Marten Mickos, CEO de MySQL “... la combinación de MySQL y Sun representa una enorme oportunidad para usuarios y organizaciones de todos los tamaños buscando innovación, crecimiento y opciones”.

Cabe destacar que MySQL representa la M en la sigla LAMP (Linux – Apache – MySQL – PHP), la plataforma de desarrollo para internet más difundida, por lejos, en el mundo. Por otro lado, Sun es el desarrollador del lenguaje Java y las especificaciones JavaEE (suscesor de J2EE), la plataforma más difundida para desarrollo de aplicaciones en internet y de escritorio. Sin duda, como lo da a entender el comunicado de Sun, la unión de Glassfish (versión Open Source del Sun Java System Application Server), NetBeans (el entorno de desarrollo para aplicaciones JavaEE comprado no hace mucho por Sun a la empresa NetBeans), de la propia tecnología JavaEE y de MySQL constituirá una poderosa plataforma de desarrollo orientada a la web.

Se espera que el acuerdo sea concretado en el tercer o cuarto trimeste de este año.


Desde que me empecé a introducir en el mundo de la informática, uno de mis sueños (por llamarlo de alguna manera) fue trabajar en Sun Microsystems. Y a medida que fui avanzando en mi carrera me dí cuenta que una de las cosas que más me gusta es el tema de las bases de datos. Ahora trabajo en una empresa muy relacionada con Sun. Quien sabe, tal vez, algún día no muy lejano, trabaje para MySQL....

Como simple curiosidad: el mismo día de la publicación del comunicado, también se hizo público otro comunicado, esta vez por parte de Oracle: Oracle compra Bea, uno de los principales proveedores de soluciones middleware del mercado. Según los analistas, los productos Bea superan ampliamente a los equivalentes de Oracle, por lo que se estima que ésta última ha hecho un movimiento interesante para mejorar la calidad de sus productos. Ahora bien, si nos ponemos a comparar, Sun adquiere MySQL, Oracle adquiere Bea.... creo que la gente de la gran O tiene algo de que preocuparse para los próximos meses, y tal vez, años.

Ah! otra cosa... noto ciertos celos y nerviosismo de parte de la gente de PostgreSQL.... . De todas formas, Jonathan Schwartz, presidente y CEO de Sun, dejó en claro que su empresa continuará colaborando con PostgreSQL y con otros proyectos importantes Open Source.

Para esto y mucho más, no se puede dejar de visitar el blog de Schwartz.

15/1/08

Una humilde propuesta - Jonathan Swift

UNA HUMILDE PROPUESTA

Para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y hacerlos provechosos para la sociedad.

Jonathan Swift

Dublín, 1729

Encoge el corazón a todos aquellos que recorren esta gran ciudad, o viajan por el campo, observar las calles, los caminos y los umbrales de las chabolas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro, cinco o seis niños, harapientos todos ellos, que importunan a los viajantes en pos de una limosna. Estas madres, lejos de poder trabajar y conseguir así un honrado sustento para sus hijos, se ven obligadas a pasar todo el tiempo vagabundeando y mendigando el alimento de sus desamparadas criaturas, quienes, tan pronto crecen, o bien se hacen ladrones debido a la escasez de trabajo, o bien abandonan su amada patria con el fin de luchar al servicio del Pretendiente de España, o se venden para ir a las Barbados.

Creo que todos los partidos coincidirán en que este asombroso número de niños, en brazos, a la espalda, o tras los talones de sus madres, y a menudo de sus padres, constituye, en el penoso estado actual del Reino, una gravísima carga adicional. Por tanto, quienquiera que pudiese hallar un método lícito, económico y fácil que transformara a todas estas criaturas en miembros sanos y útiles a la comunidad, merecería ver erigida, en agradecimiento público, una estatua en su honor como benefactores de la nación.

Pero mi intención dista mucho de limitarse a hallar una solución para los hijos de los mendigos declarados: va mucho más allá, y abarca a la totalidad de los niños de una determinada edad que han nacido de padres tan incapaces de criarlos como aquéllos que solicitan nuestra caridad por las calles.

Por mi parte, habiendo dedicado muchos años a este tema tan importante, y sopesado seriamente los diversos trabajos de otros pensadores, los encontré muy errados en sus cálculos. Un niño, es verdad, puede sustentarse durante todo un año con la leche materna y poco más, sin sobrepasar un gasto de dos chelines, o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir fácilmente mediante su lícita mendicidad. Y es precisamente a la edad de un año cuando yo propongo cuidar de ellos de tal manera que, en lugar de constituir una carga para sus progenitores, o la parroquia, y carecer durante el resto de sus vidas de comida y ropa, puedan, por el contrario, contribuir a la alimentación y, en parte, al vestido de muchos miles.

Hay también otra gran ventaja de mi plan, que desterrará de una vez por todas los abortos provocados, y esa horrenda práctica que haría brotar las lágrimas y la compasión en el pecho más salvaje e inhumano, en la que incurren las mujeres al matar a sus hijos bastardos, sacrificando a las pobres e inocentes criaturas, y que tan frecuente es entre nosotros, más por evitar el gasto, sospecho, que por vergüenza.

Suele estimarse en un millón y medio el número de almas de este Reino; de esa cantidad calculo que debe de haber unas doscientas mil parejas en las cuales la mujer sea fecunda; de dicho número resto treinta mil que puedan mantener a su prole, aunque mucho me temo que no serán tantas dada la crisis en que está sumido el país; pero, concedida esta cantidad, aún quedan ciento setenta mil parejas fértiles. Resto de nuevo cincuenta mil mujeres que malparan, o cuyos hijos perezcan por accidente o enfermedad durante el primer año de vida. Sólo quedan ciento veinte mil niños que nazcan de padres pobres anualmente; la pregunta es, por tanto, de qué manera podrán ser educados y mantenidos: como ya he dicho, es completamente imposible bajo el presente estado de cosas y mediante todos los métodos propuestos hasta ahora; y no podemos recurrir a emplearlos en la artesanía o en la agricultura, ya que ni construimos casas (en el campo, se entiende), ni cultivamos la tierra.

Ellos muy raras veces pueden levantar su sustento robando hasta que no alcanzan los seis años de edad, salvo cuando son muy precoces, aunque debo reconocer que aprenden los rudimentos del oficio mucho antes. Sin embargo, durante este tiempo sólo merecen el título de aprendices: al respecto me informó un importante caballero en el condado de Cavan, el cual me aseguró que nunca había sabido de más de uno o dos casos de menores de seis años, incluso en una parte del Reino tan renombrada por su asombrosa pericia en aquel arte. Me aseguran nuestros traficantes que un niño o una niña, antes de los doce años, no tiene fácil venta, e incluso a esa edad no subirán de una libra o, a lo sumo, de una libra y media corona en la transacción, lo que no compensa, ni con mucho, a sus padres o al Reino el desembolso en su alimentación y vestido, que ascendería, como poco, a cuatro veces aquella cantidad.

Por consiguiente, ahora expondré humildemente mis propios pensamientos, con la esperanza de que no den lugar a la menor objeción.

Un americano muy entendido que conozco en Londres me ha asegurado que una criatura, sana y bien amamantada es, con un año, el más exquisito, nutritivo y saludable plato, ya sea estofada, asada, al horno o hervida, y no me cabe duda de que servirá tanto para un fricasé como para un guisado.

Por tanto, expongo humildemente a la pública consideración lo siguiente: que de los ciento veinte mil niños ya estimados, veinte mil pueden reservarse para el apareamiento; de estos, sólo una cuarta parte serán machos, que es más de lo que permitimos en la cría de ovejas, vacas o cerdos. Y me baso para ello en que estos niños muy rara vez son fruto del matrimonio, estado de poca aceptación entre nuestro pueblo, y, por consiguiente, un macho bastará para montar a cuatro hembras.

Que los cien mil restantes pueden, al cumplir un año, ser puestos a la venta para las personas de alcurnia y fortuna, en todo el Reino, no sin antes aconsejar a la madre que los amamante generosamente durante el último mes, con el fin de entregarlos rollizos y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una cena en honor para los amigos; cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero compondrá un plato muy cumplido, y, convenientemente hervido y condimentado con una pizca de pimienta o de sal, aguantará cuatro días, sobre todo en invierno.

He calculado que, por término medio, un niño recién nacido pesa doce libras, y que al cabo de un año solar, convenientemente amamantado, alcanzará las veintiocho.

Reconozco que esta comida será algo cara, y por tanto muy apropiada para los terratenientes, quienes, habiendo devorado ya a la mayoría de los padres, parecen tener todo el derecho a hacer lo propio con los hijos.

La carne de niño estará de temporada todo el año, pero habrá más abundancia en marzo, y en los días anteriores y posteriores, porque, como nos ha dicho un importante autor (eminente médico francés), el pescado es una prolífica dieta, y la prueba es que hay más niños nacidos en los países católicos romanos unos nueve meses después de la Cuaresma que durante cualquier otra estación.

Contando, por consiguiente, un año a partir de la Cuaresma, los mercados se verán más abastecidos que de costumbre, porque el número de niños católicos es, al menos, de tres a uno en este Reino. Así habrá una ventaja indirecta al menguar la cantidad de papistas entre nosotros.

He calculado que el coste de manutención de una cría de mendigo (entre los que incluyo a todos los chabolistas, los braceros y las cuatro quintas partes de los campesinos) rondará los dos chelines anuales, harapos incluidos, y estoy convencido de que no habrá caballero alguno que ponga reparos a pagar diez chelines por una pieza de niño bien cebado, que , como ya he dicho, dará cuatro fuentes de excelente y nutritiva carne, cuando siente a su mesa a algún amigo exigente, o cuando coma con su propia familia. De este modo el hacendado aprenderá a ser un buen patrón, y su prestigio crecerá entre sus peones; la madre obtendrá ocho chelines de beneficio neto, y estará en condiciones de trabajar hasta el momento en que produzca una nueva criatura.

Aquéllos que sean más emprendedores (como, he de admitirlo, exigen los tiempos que corren) pueden desollar el cuerpo, cuya piel, adecuadamente curtida, servirá para confeccionar delicadísimos guantes para las damas, y botas de verano para caballeros elegantes.

En cuanto a nuestra ciudad de Dublín, deberá ser dotada de mataderos destinados a este fin, en los lugares más adecuados de la misma; y podemos estar seguros de que no escasearán los carniceros, aunque yo recomiendo encarecidamente que se adquieran los niños vivos y se condimenten cuando aún estén calientes del cuchillo, como hacemos con los cerdos para asar.

Una persona de gran valía, verdadero amante de este país y cuyas virtudes tengo en mucho aprecio, tuvo no hace mucho la amabilidad de ofrecerme, conversando sobre este asunto, algunas ideas para mejorar mi proyecto. Decía que muchos caballeros de este Reino ha llegado a hacer desaparecer sus ciervos; y que él había concluido que la demanda de carne de venado podía ser suplida con los cuerpos de muchachos y muchachas que no sobrepasen los catorce años, y nunca menores de doce, teniendo en cuenta el gran número de ellos que está a punto de perecer en todo el país por falta de trabajo y atenciones. Éstos podrían ser aportados por sus padres, de estar vivos, y si no, se encargarían de ello sus parientes más cercanos. Pero con el debido respeto a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo estar de acuerdo con su parecer; en lo que concierne a los machos, mi informador americano me aseguró, basándose en su amplia experiencia, que su carne es por lo general correosa y seca, como la de nuestros jóvenes (debido al ejercicio continuo), su sabor desagradable, y que las ganancias se las llevaría su engorde. Y en cuanto a las hembras, creo humildemente que iría en detrimento de los clientes su explotación para tal fin, porque pronto serían fértiles. Además, no es improbable que algunas personas excesivamente escrupulosas se sintieran inclinadas a censurar tal práctica (lo que no dejaría de ser una verdadera injusticia), tachándola de cercana a la crueldad: esto, debo admitirlo, ha constituido para mí la más fuerte objeción a cualquier plan, por bien intencionado que parezca.

En defensa de mi amigo he de decir que me confesó que fue el famoso Salmanazar, un nativo de la isla de Formosa, quien le dio tal idea: éste vino a Londres hace unos veinte años, y en una conversación le contó que en su país, cuando alguna persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver como un exquisito manjar a personas de buena posición, y que cierta vez, el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, crucificada por intentar envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro de su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la Corte, al mismísimo pie del patíbulo, por cuatrocientas coronas. Verdaderamente no puedo negar que si semejante costumbre se siguiera con unas cuantas jóvenes entradas en carnes de esta ciudad, que, no teniendo dónde caerse muertas, no pueden pasear si no es en coche, y se presentan en el teatro y en las reuniones luciendo exóticos perifollos que nunca pagan, el Reino no sufriría una gran pérdida.

Algunas personas de espíritu piadoso que se lamentan de que haya semejante cantidad de pobres, ancianos algunos, enfermos otros y los demás lisiados, me han rogado que vea la manera de desembarazar a la nación de una carga tan onerosa. Pero este asunto no me produce el menor sufrimiento, porque, como se sabe, esta gente se muere constantemente, o se echa a perder a causa del frío, el hambre, la mugre y los piojos, mucho más rápido de lo que cabría esperar. Y en cuanto a los peones jóvenes, se encuentran hoy en día en unas circunstancias casi tan esperanzadoras: no encuentran trabajo y, por tanto, se consumen por falta de alimento, hasta tal punto que, si por casualidad son contratados para una labor corriente, no les alcanzan las fuerzas para llevarla a cabo; y así el país, y ellos mismos, se ven felizmente a salvo de los males venideros.

He divagado demasiado, así que volveré a mi asunto. Creo que las ventajas que ofrece la propuesta presentada son claras y numerosas, y todas ellas de capital importancia.

Primero, como ya he hecho notar, se reduciría en gran medida el número de papistas, que nos infestan cada año y son los más prolíficos de la nación, así como nuestros enemigos más peligrosos, y que están aquí con el único propósito de entregar el Reino al Pretendiente, en la esperanza de aprovechar la ausencia de tantos buenos protestantes, que han elegido salir del país antes que permanecer en su patria pagando, en contra de sus conciencias, los diezmos a la curia episcopal.

Segundo, los arrendatarios más pobres, que jamás han sabido lo que es tener dinero, poseerán alguna propiedad de valor, que, según la Ley, pude ser objeto de embargo, y que les ayudará a pagar la renta a los terratenientes, perdidos ya su ganado y su grano.

Tercero, dado que la manutención de cien mil niños mayores de dos años no puede ser estimada en menos de diez chelines por año y persona, el tesoro de la nación se verá, como consecuencia, incrementado en cincuenta mil libras anuales; además, está la creación de un nuevo plato, introducido en la mesa de todo caballero adinerado y de refinado paladar que haya en el Reino. Y como la mercancía será producida y manufacturada por nosotros mismos, el dinero no saldrá del país.

Cuarto, además de la ganancia de ocho chelines anuales por la venta de sus crías, las hembras más prolíficas se verán liberadas de la carga de su manutención después del primer año.

Quinto, esta comida podría, asimismo, atraer mayor clientela a las tabernas, al tiempo que los mesoneros tendrán seguramente la precaución de conseguir las recetas que más ensalcen los manjares, haciendo así que sus establecimientos sean frecuentados por aquellos distinguidos caballeros que se precien, con justicia, de su dominio del arte del buen comer; y un hábil cocinero que sepa cómo complacer a sus clientes se las arreglará para que el precio del menú esté a la altura de los comensales.

Sexto, esta medida supondría un gran incentivo para el matrimonio, vínculo que todas las naciones sabias han fomentado con recompensas, o impuesto mediante leyes y castigos. Aumentaría el cuidado y ternura que las madres dispensan a sus hijos, en la seguridad de que los pobres niños estarían colocados de por vida, sostenidos de una u otra forma por la sociedad, y que iban a recibir de ellos ganancias en lugar de gastos. Veríamos una leal competencia entre las casadas por ver cuál de ellas aportaba las criaturas más regordetas al mercado. Los hombres, por su parte, serían tan afectuosos con sus mujeres, durante el tiempo de la gestación como lo son ahora con sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están a punto de parir, y no las amenazarían con darles golpes y patadas (como tienen por costumbre) ante el peligro de un aborto.

Y así se pueden seguir enumerando multitud de ventajas: por ejemplo, el incremento de piezas de nuestra exportación de reses en barricas en algunos miles de unidades; el incremento de las existencias de carne de cerdo y la mejora de la técnica de elaboración de tocino de calidad, tan escaso entre nosotros debido a la excesiva matanza de cochinillos, omnipresentes en nuestra mesa. Aunque no resisten la comparación con el sabor y finura de un niño de apenas un año, crecidito y rollizo, que, asado en una pieza, hará un gran papel en el banquete de Lord Mayor, o en cualquier otro festín oficial. Pero omito ésta y otras muchas ventajas en aras de la brevedad.

Suponiendo que en esta ciudad hubiera mil familias que consumiesen habitualmente carne de niño, a las que se sumarían, además, otras que pudieran adquirirla para fiestas señaladas, tales como bodas y bautizos, calculo que Dublín se llevaría anualmente unos veinte mil niños, y el resto del Reino (donde probablemente se vendería algo más barata) los restantes ochenta mil.

No se me ocurre objeción alguna que pudiera hacerse a este plan, a menos que se alegara que por este medio descendería enormemente la población del país. Esto lo admito sin reserva, y en realidad fue la razón principal que me impulsó a darlo a la luz pública. Deseo hacer hincapié, querido lector, en que he ideado dicho remedio única y exclusivamente para este Reino de Irlanda, y no para ningún otro país, presente, pasado o (así lo creo) futuro que sobre la faz de la tierra se halle. Por tanto, que nadie me hable de otros recursos tales como crear un impuesto de cinco chelines por libra como fondo para nuestros desempleados; ni el de usar únicamente ropa y muebles de fabricación propia. Tampoco la prohibición tajante de materiales o instrumentos que fomenten los lujos foráneos, o la erradicación de la dispendiosa altivez, vanidad, holgazanería y la pasión por el juego de nuestras mujeres me parecen soluciones viables.

Y mucho menos inculcar un talante de austeridad, prudencia y sobriedad; o aprender a amar a nuestro país, sentimiento en el que nos superan hasta los lapones e incluso los habitantes de Topinamboo; olvidar nuestros enojos y discordias y dejar de una vez por todas de emular a los judíos, que se mataron entre ellos en el preciso instante en que iba a ser tomada su ciudad; tener el buen juicio de no vender el país y las conciencias a ningún precio; enseñar a los terratenientes a tener un poco de compasión para con sus arrendatarios.

Por último, que nadie ose proponerme como solución el inculcar a nuestros comerciantes sentimientos de honradez, diligencia y destreza, pues éstos, si se acordara adquirir exclusivamente nuestros productos, no tardarían en confabular para ver la manera de estafarnos en los precios, medidas y calidades, y jamás se dispondrían, por mucho que se les insistiera, a elaborar unas reglas imparciales para regular el comercio.

Por tanto, una vez más lo digo, que no se mencionen en mi presencia estas o parecidas medidas, mientras no se tenga al menos un atisbo de esperanza de que algún día se hará un esfuerzo firme y sincero para ponerlas en práctica.

En lo que a mí respecta, aburrido de ofrecer durante años pensamientos vanos, inútiles y quiméricos, y habiendo perdido toda esperanza de alcanzar el éxito, di, felizmente, con este proyecto, que es absolutamente novedoso, tiene un fundamento sólido y realista, no exige grandes desembolsos, carece de complicaciones y está por completo al alcance de nuestras posibilidades. Con él, no corremos el riesgo de atraer las iras de Inglaterra, al no ser exportable este tipo de mercancía, siendo dicha carne de consistencia demasiado blanda como para admitir la salazón durante un prolongado periodo; aunque podría mencionar algún que otro país que se alegraría de devorar, incluso cruda, a toda nuestra nación. Sin embargo, no estoy tan ciegamente apegado a mis opiniones como para rechazar cualquier oferta, sugerida por personas de reconocida sabiduría, y que sea igualmente inocua, barata, asequible y eficaz. Mas antes de que se me ponga algún pero a mi plan, aportando la mejora que sea, desearía que el autor, o autores, consideraran con madurez dos aspectos. Primero, cómo se las van a arreglar, en las actuales circunstancias, para encontrar alimento y ropa para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en todo este Reino cerca de un millón de seres con forma humana, su solo sustento sufragado en común les acarrearía una deuda de dos millones de libras esterlinas, añadiendo a los que son mendigos profesionales el grueso de los campesinos, jornaleros y peones, que es como si fueran mendigos, con sus mujeres e hijos; desearía que aquellos políticos a quienes disgusta mi propuesta, y que pudieran ser tan audaces como para intentar refutarla, preguntaran primero a los padres de esos condenados a muerte desde la cuna si en su día no hubieran sentido una gran alegría al ser vendidos como alimento, al cumplir un año, de la forma que he planteado, ahorrándose así esas cotidianas escenas de desdicha que han sufrido desde entonces, por la opresión de los hacendados, la imposibilidad de pagar las rentas al no tener dinero ni ocupación, la carencia de alimentos de primera necesidad, sin casa ni ropa con qué protegerse de las inclemencias del tiempo, y la completa seguridad de legar similares o mayores miserias a sus descendientes por los siglos de los siglos.

Con la mano en el corazón declaro que no me ha guiado el menor interés personal en el esfuerzo de desarrollar esta obra tan necesaria, y que no he perseguido otro fin que el del beneficio público para mi país, a través del fomento de nuestro comercio, la atención a la infancia, al auxilio de los pobres, y ofreciendo, por último, algún placer a los ricos. No tengo hijos por los que haya de obtener un solo penique; el más pequeño ha cumplido nueve años y mi mujer ya no es fértil.

Jonathan Swift

Sin duda, Jonathan Swift es uno de los más reconocidos escritores británicos, conocido principalmente por su aguda sátira de la locura, arrogancia e insensibilidad humana, y su brillante utilización de la ironía y el sarcasmo. Algunos autores e historiadores, como Andre Breton, lo consideran el “verdadero iniciador” del humor negro.

Nació en Dublin, Irlanda, el 30 de noviembre de 1667, poco después del fallecimiento de su padre. Siendo criado por uno de sus tíos, pudo estudiar en el Trinity College de la misma ciudad gracias a la ayuda de éste ya que su familia no contaba con suficientes recursos económicos. Sin embargo la carrera fue corta e insatisfactoria para el joven Swift.

Habiéndose trasladado con su madre a Leicester, Inglaterra, obtuvo un empleo como secretario del diplomático William Temple pero sus relaciones con éste no fueron buenas y retornó a Dublin para ordenarse como sacerdote, logrando ser párroco de Kilroot, cerca de Belfast. Sin embargo, en 1696 se reconcilió con Temple (quien era pariente lejano de su madre) y volvió a servirle, supervisando la educación de una sobrina de Temple huérfana de padre. Durante el tiempo que sirvió a Temple, Swift pudo leer y escribir mucho, hasta el fallecimiento de su patrón en 1699. Precisamente, durante los últimos años de este periodo produjo sus primeros manuscritos, entre ellos La batalla de los libros antiguos y modernos, de 1697 (aunque recién sería publicado oficialmente en 1704), un escrito que constituye una burla a las discusiones literarias del momento acerca de los estilos antiguos y modernos y en el que se pone de parte de los antiguos a pesar de ser uno de los modernos.

En 1704 publicó Historia de una bañera, para muchos su mejor obra; en ella ridiculiza las diferentes formas de pretenciosidad y vanalidad, especialmente en temas religiosos. Al parecer, este texto sembró dudas acerca de la ortodoxia del autor, al punto de hacer enojar a la reina Ana.

En 1710 asumió el cargo de director del periódico oficialista Examiner, desde el cual publicó muchos panfletos en defensa del la política social del gobierno Tory (partido fundado por irlandeses católicos expulsados de sus tierras por los ingleses). Durante este periodo, la mayoría de sus escritos son de corte político, principalmente de apoyo al partido Tory y de crítica al partido rival, Whig (del que había sido simpatizante). Se considera que uno de sus escritos, titulado El comportamiento de los aliados, de 1711, fue el detonante para la dimisión del jefe de las fuerzas armadas británicas, John Churchill. De todas formas, durante este periodo Swift no se dedicó exclusivamente a la política y el mismo 1711 comenzó a escribir las Cartas para Estella, una serie de cartas escritas en lenguaje casi infantil y dirigidas a Esther Johnson (a quien llamaba Estella), la sobrina de Temple a quien supo tutorear años antes. Algunos historiadores sostienen que Swift y Esther Johnson pudieron haberse casado en secreto en 1716, aunque nunca pudo ser comprobado.

En 1717 fue nombrado deán de la Catedral de San Patricio de Dublin, pero un año más tarde su partido pierde el poder y su influencia política prácticamente se esfumó.

Entre 1724 y 1725 publicó anónimamente una serie de cartas bajo el título Cartas de Drapier, en las que defiende principalmente la moneda irlandesa y a su sociedad, hecho que lo convierte en figura importante entre los nacionalistas irlandeses.

Un año más tarde publicó, inicialmente en forma anónima, lo que sería su obra maestra, una serie de libros titulada Viajes a varios lugares remotos del planeta, más conocida actualmente como Los viajes de Gulliver. Esta obra, que resultó en éxito inmediato, es una sátira a toda la humanidad, al punto que en el cuarto (y último tomo) expone la idea de que suele resultar más estimulante y agradable la vida junto a diferentes tipos de animales que junto a otras personas. Durante mucho tiempo estuvo prohibido el episodio final del tercer capítulo debido a consideraciones antibritánicas. A pesar de que originalmente el libro fue concebido como una sátira de la humanidad y un ataque ácido a la sociedad y sus integrantes, con el tiempo Swift fue agregando reflexiones de diferente índole, alivianando un poco la textura. Debido a la imaginación del autor y la sencillez de la redacción fue aceptada por diferentes públicos, al punto de que el primero de los tomos se ha convertido en un clásico de la literatura infantil (aunque la obra nunca fue pensada para niños).

En 1729 publicó un clásico del humor negro, Una humilde propuesta (también conocida como Una modesta proposición, A modest proposal en inglés). Este escrito fue realizado en un momento de crisis en Irlanda, donde la pobreza y el hambre se difundieron sobre el territorio, y en el mismo realiza una serie de propuestas, que giran en torno a una misma idea, para reducir la pobreza y a su vez aumentar el tesoro del Reino: utilizar los hijos de los pobres como manjares en las mesas de los ricos.

A partir de finales de la década de 1720, Swift comenzó a encerrarse en sí mismo (tras la muerte de Esther Johnson en 1724 y su otra mimada, Esther Vanhomrigh en 1728), acentuando su visión crítica de la sociedad y recrudeciendo su sátira. A mediados de la década de 1930 empezó a sufrir ataques de vértigo y a perder la audición, cayendo lentamente en la demencia. Tras un largo periodo de decadencia mental, falleció en su ciudad natal el 19 de octubre de 1745 a los 77 años de edad. Sus restos fueron sepultados en la Catedral de San Patricio de Dublin, junto a Esthen Johnson. Su epitafio reza lo siguiente:


Aquí yace Jonathan Swift, D., deán de esta catedral, en un lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su corazón. Ve, viajero e intenta imitar a un hombre que fue un irreductible defensor de la libertad”


Fuentes:

http://historiesdeviatger.blogspot.com/2006/06/jonathan-swift.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Jonathan_Swift

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2342