9/8/09

En manos de quien debe estar el futuro de un país

Ayer me puse a ver, nuevamente, la película Lo que queda del día (The remains of the day, 1993), la cual es una de mis favoritas y aunque la vea otra vez, no me aburre en lo absoluto. No soy muy bueno haciendo reseñas de películas, además de que no es el argumento lo que me motiva a escribir en este momento; de todas maneras, recomiendo que todo aquél que no vio la película, se haga un tiempo para hacerlo. Basta decir que el actor principal es Anthony Hopkins (Mr. Stevens), en el papel del mayordomo de un aristócrata inglés, acompañado por Emma Thompson (Mss. Kenton) como ama de llaves de la mansión.

En una escena de la película, durante una reunión desarrollada en la propia mansión y en la que participan el embajador alemán e importantes diplomáticos británicos, éstos discuten si es correcto que el destino de una nación deba ser decidido por la masa popular, o, en cambio las decisiones debieran estar a cargo de un selecto conjunto de notables con vastos conocimientos políticos, económicos y sociales. Durante la escena, uno de los participantes, para demostrar su punto a favor de la segunda alternativa, invita a Mr. Stevens a participar haciéndole algunas preguntas de política exterior y economía, a la que éste se limita a responder, en todos los casos, con la frase “me temo que no puedo ayudarlo en ese asunto”, no tanto por su desconocimiento de la materia o falta de opinión, sino por su convicción de que su trabajo es servir en la mejor manera posible a su Lord y no inmiscuirse en sus asuntos.

El tema es que yo, a menudo, me hago la misma pregunta. En manos de quién debe estar el futuro de una nación? Vivimos en una democracia representativa, en la que todos los ciudadanos del país mayores de 18 años, y salvo excepciones particulares, tienen el derecho y la obligación de dar su opinión mediante el voto. Votamos para elegir a nuestros representantes y son éstos quienes, en último caso, toman las decisiones. Votamos. Y de una forma u otra, la democracia en la que vivimos se fundamenta en la ley de las mayorías: la mayoría tiene la razón. Personalmente, siempre tuve mis reservas respecto de tal afirmación. Por mi parte, defino a la democracia como el sistema político en el cual la mayoría ignorante decide el futuro del país.

Para aclarar antes de ser malinterpretado: no me considero a mí mismo como un capacitado capaz de tomar las decisiones fundamentales que afectan al país, es decir, no me considero un miembro del selecto grupo de notables. Sólo me pregunto si lo mejor que podemos lograr es que el voto de cada persona sea exactamente igual, es decir, que todos los votos sumen uno. A qué me refiero? Debe valer lo mismo el voto de una persona que domina la política exterior, la economía, o las políticas sociales, que el de otra que no solo no domina ninguno de esos temas sino que tampoco le interesa? Nuestro sistema democrático le asigna los mismos derechos a quien dedica su vida a la política, que a los que venden alegremente su voto a cambio de un chorizo al pan con un vaso de vino, de un montón de bloques y algunas chapas, o de algunas monedas. Y sin ir a tales extremos, es exactamente lo mismo un individuo que se mantiene informado y procura escuchar todas las campanas antes de dar su opinión, que otro que solo mira un informativo para enterarse de los últimos resultados del fútbol?

Se que ya debe haber mucha gente criticándome por lo anterior... bueno, mucha gente es relativo, porque seguro que no es mucha la gente que lee esto. Pero de alguna manera tengo que exponer mi opinión. No me parece lo ideal que mi voto valga lo mismo que el de cualquier ignorante que le importa lo más mínimo el futuro del país, como estoy seguro es el caso de la mitad de la población. Estoy convencido que a una gran parte de la población de este país, se le quita la posibilidad de gritar goles los fines de semana y no sabe que hacer con su vida. De hecho, no le interesa otra cosa. Creo que junto a los lemas “sexo, droga y rock and roll”, y “libertad, igualdad y fraternidad”, también tiene su lugar “fútbol, droga y la madre que los parió”.

Obviamente, y como dije antes, no me pongo en el rol de un notable ni mucho menos. Mis conocimientos de política seguro está apenas en la media. Me preocupo por informarme, ver algún informativo, leo algún diario y ocasionalmente voy derecho a las fuentes, por ejemplo, el sitio web de los partidos políticos. Pero no estoy en contacto con quienes realmente toman decisiones. Solo me llega la información que ellos mismos y la prensa quieren que me lleguen, y en la calidad y medida que quieren; eso tiene que bastarme para decidir. Soy consciente que no es suficiente. En otras palabras, tampoco creo que mi voto deba valer lo mismo que el de un ministro, un diputado o incluso un militante activo de cualquier partido, que busca participar, y ser tenido en cuenta.

Es moneda corriente pensar que a los jóvenes no les interesa la política. Yo voy un poco más allá: a la mayoría de la gente no le interesa la política. Y no puedo evitar notar que es mucho mayor el desinterés en las clases sociales bajas. Pero quiero dejar claro que mi distinción no se fundamenta en esto. Si alguien con un poder adquisitivo menor que el mío (el cual es, por otra parte, no muy alto) tiene más voluntad, y demuestra más interés en participar de las decisiones, no tengo ningún problema en reconocer que su voto vale más que el mío. No me molesta que quienes lo merecen por esfuerzo, aunque más no sea simplemente leyendo más diarios, tengan mayor autoridad para participar de las decisiones. Pero sí me molesta, y es la verdad, que gente cuyo único interés son los resultados de fútbol, o el chusmerío barato, tengan la misma autoridad que yo.

Qué estoy proponiendo? Pues, absolutamente nada. Que no veo otra forma. Que soy segregacionista? Que quiero dejar gente afuera por motivos personales? Si de hecho lo hacemos continuamente. Votamos los mayores de 18 años. Y conozco sobrados casos de menores con mayor capacidad de decisión que muchos mayores, no solo de 18 años, sino de 40, aquellos más capaces de fundamentar porqué están a favor o en contra de tal proyecto (por ejemplo, sobre la ley de educación) que éstos, que no solo no son capaces de fundamentar tal cosa, sino que en algunos casos ni oyeron mencionar sobre ninguna ley, y no porque vivan en el medio del campo alejados de la civilización sino porque lo único que conocen es el plantel completo de Peñarol o Nacional, y no admiten que se hable de otro tema porque “la política no me interesa, es una mierda”.

En conclusión, no propuse nada. Solo di mi muy humilde punto de vista. Se que en las próximas elecciones voy a votar consciente de lo que estoy haciendo, y que mi voto va para el partido al que soy afín y al que más confianza le tengo. Pero también se que mi voto va a ser, comparativamente hablando, nada, porque por un chorizo al pan, y un vaso de vino o refresco, otros 15 votos van a ir en contra; votos que no son conscientes, votos que no son razonados y por tanto, sin temor de ser criticado, en mi opinión, son ilegítimos.

Sobre de en manos de quién debe estar el futuro de un país, sigo sin tener respuesta. Por ahora, tenemos una democracia representativa. Personas capacitadas (o no, pero que les interesa el tema, cada uno por sus razones) toman las principales decisiones. Tal vez sea lo mejor que podemos lograr. Tal vez no, y sea solo una escala en el proceso de evolución. Nunca viví bajo otro sistema (salvo mis primeros años que coincidieron con los últimos de la dictadura en este país pero sinceramente no los recuerdo y de seguro por entonces no me importaba como a mis padres), ni me imagino en otro sistema. Pero me permito plantearme el hecho de que no necesariamente es lo mejor a lo que podemos llegar; esto de una persona, un voto, es una de las cosas que más me hace dudar. Un voto pensado, aún con limitaciones, debería valer más que cien votos comprados; y un voto con pleno conocimiento de la causa, más aún. El problema es que, mientras quienes juegan las cartas, mal o bien siempre están, los otros, que miramos desde afuera y tratamos de pensar por nosotros mismos, al final vemos que una voz en la muchedumbre no es escuchada por el grito de una tribuna.

No hay comentarios: