26/8/10

Duelos y honor

Esta semana me compré el libro Qué Tupé (sic), del periodista Diego Fischer. Este libro intenta contar la verdadera historia del duelo protagonizado a principios del siglo XX por el ex presidente Luis Batlle y Ordóñez y el parlamentario nacionalista Washington Beltrán. Aún no terminé de leerlo, porque quería terminar otro antes, y además quería interiorizarme sobre la cuestión de los duelos en Uruguay. Debo reconocer que siempre pensé que eran algo del pasado remoto, algo así como que se remontaban a los orígenes de la patria. Y sin embargo, vengo a enterarme que hasta finales del mismo siglo XX aún teníamos vigente una ley que reglamentaba el derecho a duelo así como su ejecución, y que muchos de los políticos más conocidos de la actualidad continúan lamentándose por su derogación. Este artículo no pretende ser una historia completa de los duelos en Uruguay, sino que simplemente es el resultado de las cosas que pude encontrar en internet. No se si considerar sorprendente que en la web existe muy poca información sobre los duelos en Uruguay. Tal vez en algún momento, si tengo ganas o alguien me lo propone, realice una investigación más profunda sobre el tema, consultando bibliografía al estilo tradicional. Por ahora, esto es suficiente para mí. Aclaro que en este artículo solo me refiero a los duelos “tradicionales” por decirlo de alguna manera, y no en los famosos ajustes de cuentas, mayormente guiados por impulsos y sin organización.

El duelo tradicional

El término duelo proviene, aparentemente, del latín duellum, que a su vez derivaría de otra palabra latina, bellum, que significa querra. Tradicionalmente se lo asocia a una contienda bélica entre dos personas, “mano a mano”. La participación en un duelo se considera una muestra de heroísmo, en el cual uno de los participantes desea limpiar su honor de algún tipo de agravio que pudo haberle hecho el otro. Si bien este tipo de prácticas parece haber sido usual desde los albores mismo de la humanidad, el concepto de duelo formal tuvo sus orígenes durante la Edad Media. A pesar de que la Iglesia Católica aboliera el duelo como medio legal de resolver disputas personales en el siglo XIII, durante el Renacimiento la práctica del duelo era usual, particularmente cuando un caballero consideraba que su honor personal había sido mancillado; durante esta etapa, incluso, muchas sociedades produjeron leyes que reglamentaban el derecho a duelo, y su ejecución.

De esta manera, el duelo como método para dirimir un pleito, o para salvar el honor dañado, de la forma que ahora lo conocemos, fue impulsado principalmente en el siglo XVII en Italia y Francia. El duelo debía consistir en un combate armado entre dos personas, ante la presencia de testigos, establecido por iniciativa de una de las partes. Hasta se imprimían manuales, llamados Códigos de Honor, en los que se establecían normas que dictaban cómo actuar ante diferentes tenores de ofensas, e indicaban las responsabilidades de los participantes en caso de llegarse al duelo, incluyendo las tareas de los padrinos (delegados o asistentes), testigos, y demás involucrados. Incluso existían recomendaciones sobre quiénes podían participar en duelos, teniendo en cuenta las diferentes incapacidades físicas, desde auditivas, visuales y motrices, o qué hacer si alguno de las partes presentaba algún impedimento físico invalidante total o parcial. También establecían cuestiones técnicas sobre el combate, indicando, entre otras cosas, cómo habrían de colocarse inicialmente los contendientes, la distancia que debería mediar entre ellos (en el caso de duelo a pistola), la forma de desplazarse (si era posible), y quién y cómo habría de indicar el comienzo y fin del combate; incluso algunos ponían condiciones sobre la vestimenta (por ejemplo, para evitar prendas reforzadas).

El reto a duelo en muchas ocasiones tenía tintes pintorescos, ya que en algunos casos se requería que el proponente abofeteara a su supuesto agresor, o que lanzara uno de sus guantes a los pies de éste (de ahí la expresión “tirar el guante”). En otros casos, tomaba matices más formales, requiriendo que un mensajero entregara personalmente un mensaje de reto a duelo, debiendo éste mismo transportar la respuesta. Por lo general, una vez aceptado el duelo, ambas partes debían nombrar un delegado o padrino (en algunos casos más de uno), entre quienes se acordaría el lugar y el momento, dejando a decisión de los duelistas la selección del arma, pudiendo, según la época o la cultura, tratarse de armas blancas (espadas o cuchillos) o de fuego, las cuales muchas veces eran confeccionadas exclusivamente para el evento; en algunos casos, se permitía el uso de otras armas no convencionales, o la realización de la contienda a caballo. Correspondía también a los padrinos verificar que las armas fueran idénticas, y ambos contendientes estuvieran en igualdad de condiciones (excepto por las características o habilidades personales de cada uno, claro está).

El hito de finalización del duelo dependía, comúnmente, del contexto social, cultural o histórico en el que se desarrollaba, pero de todas maneras siempre quedaba a disposición de la parte ofendida. Entre los hitos más usuales, podía darse el duelo por concluido cuando uno de los oponentes fuese herido aunque sea levemente (a primera sangre), cuando uno de ellos no pudiese continuar por las heridas recibidas (a herida grave) u otra razón justificable, o cuando una de las partes diera muerte a la otra (a muerte). En el caso del combate con armas de fuego, podía establecerse también un límite de disparos (típicamente uno o dos), tras el cual si ninguna de las condiciones anteriores estuviera dada, de todas formas el ofendido podría declararse satisfecho; de hecho, la parte ofendida podía solicitar la detención del duelo en cualquier momento si consideraba que su honor estaba salvado.

No pocas veces ocurría que el supuesto ofensor no hubiese tenido la intención de hacer la ofensa, pero rechazar una invitación a duelo era considerado una ofensa aún mayor, ya que significaba no permitir a la otra persona defender su honor, y también significaba una deshonra pública para el retado, por lo cual la invitación era aceptada por compromiso. En estos casos, era también usual que este participante no hiciera mayores esfuerzos por agredir al otro, lo que no dejaba de resultar una práctica arriesgada. En el caso de duelo con pistolas, se le daba el nombre de delope (en francés, errar) a la acción de fallar el tiro en forma deliberada, dejando en claro que no se tenía intención de agredir al oponente, aunque en algunos lados esta práctica estaba prohibida y se consideraba un agravio más.

Una vez finalizado el duelo, se consideraba el tema saldado, y bajo ningún motivo podía repetirse el duelo por la misma causa. Si el ofensor resultaba victorioso, se consideraba que su culpa (si existía) quedaba expiada, mientras que si el vencedor era el ofendido su honor quedaba reparado. En el caso de que alguno encontrara la muerte, recibía el mismo trato que el vencedor, es decir, se consideraba saldada su deuda o reparado su honor.

La impuntualidad era considerada una descortesía para con la otra parte, y la no asistencia un acto de cobardía. Usualmente, se establecía un tiempo máximo de espera, vencido el cual la parte presente tenía el derecho de retirarse con todo el honor, y la parte ausente perdía el derecho de retar nuevamente a duelo al otro.

No puede ignorarse que el hecho de participar en un duelo no era solo una cuestión individual, sino que significaba exponerse al público, demostrar la propia valentía y el sentido del honor personal. Esto significa que, por lo general, el duelo no se reducía solo a ganar, sino a hacerlo de manera limpia, ya que las acciones de cada uno serían evaluadas por los testigos y por la sociedad en su conjunto.

Duelos en Uruguay

En Uruguay, desde la llegada de los primeros europeos el duelo se constituyó en una forma tradicional de saldar pleitos, especialmente entre las clases bajas. En particular, en el medio rural, entre los gauchos el duelo era tan habitual como la bota de cuero, y no presentaba tanta formalidad pero sí más violencia, siempre a punta de facón y casi siempre terminando con la muerte de uno de los contendientes. Aunque normal, no era una práctica legalmente aceptada, y era castigada por los propietarios de estancias y los dirigentes.

La imagen más usual de un duelo criollo seguramente sea la que involucra a dos gauchos frente a frente, cada uno con un poncho envuelto en un brazo y un facón o cuchilla grande en la otra mano. Estos encuentros podían ser acordados de antemano, pero muchas veces sucedían a hechos puntuales y momentáneos, como reacciones mecánicas, y en donde el alcohol también participaba. En muchos casos, cualquier palabra o mirada podía ser causa de reto a duelo, particularmente cuando viejos resentimientos clamaban por una pelea, o una mujer quedaba en medio de dos pretendientes. En cierta medida, las pulperías o boliches de campo, además de servir de expendio de alimentos y productos necesarios, también constituían el punto de reunión de malevos, algunos buscando a un ofensor con quien ajustar cuentas, otros simplemente buscando alguien con quien exponer su honor y su hombría. El duelo gauchesco, o de “compadritos”, ha tenido amplia difusión en la literatura criolla. Muchos de los cuentos de Jorge Luis Borges, y de otros autores tienen su argumento en pleitos que fueron dirimidos mediante duelos.

Por el lado de las ciudades, sobre el siglo XIX, los duelos tampoco eran legalmente aceptados, pero de todas maneras se desarrollaban regularmente, siendo secretos públicos (los periódicos publicaban partes sobre ellos pero sin informar la fuente ni mencionar testigos, principalmente debido a que éstos estaban forzados por su honor a no denunciar los hechos, y porque no pocas veces los participantes eran reconocidas personalidades de la alta sociedad y de las clases dirigentes). Escribía Mariano José de Larra, un escritor, periodista y crítico español en 1835 [4]: “Mientras el honor siga entronizado donde se le ha puesto; mientras la opinión pública valga algo, y mientras la ley no esté de acuerdo con la opinión pública, el duelo será una consecuencia forzosa de esta contradicción social. Mientras todo el mundo se ría del que se deje injuriar impunemente, o del que acuda a un tribunal para decir: «Me han injuriado», será forzoso que todo agraviado elija entre la muerte y una posición ridícula en sociedad. Para todo corazón bien puesto la duda no puede ser de larga duración, y el mismo juez que con la ley en la mano sentencia a pena capital al desafiado o al agresor indistintamente, deja acaso la pluma para tener la espada en desagravio de una ofensa personal”. De hecho, en el código penal de 1889, quedaba tipificado como delito todo acto que involucrara un duelo, desde el reto de una persona a otra, la aceptación del mismo y por supuesto, la participación en dicha actividad, especialmente si como consecuencia de la misma alguien resultaba herido o muerto.

Sin embargo, comenzando el siglo XX, aún se desarrollaban duelos formales en forma ilegal. Estos, si bien se desarrollaban con toda la formalidad que correspondía, incluso en muchos casos labrando actas de todo lo actuado, solían llevarse a cabo en parajes alejados o en horas de la noche o bien temprano, a los efectos de evitar testigos indeseados. En este tipo de eventos no era fácil ver a sacerdotes u otro tipo de representantes de la Iglesia Católica debido a que ésta condenaba, al menos oficialmente, estas prácticas.

Entre los duelos más importantes del siglo XX se destaca el del 2 de abril de 1920 en el que el dirigente colorado y ex presidente (por dos veces) José Batlle y Ordóñez diera muerte al joven abogado, periodista y político blanco (miembro de la Asamblea Constituyente de 1918-1919 y entonces diputado) Washington Beltrán, luego de haber intercambiado acusaciones mutuas a través de múltiples artículos publicados en los diarios El Día (del cual Batlle y Ordónez era dueño) y El País (sucesor del diario La Democracia como órgano de prensa del Partido Nacional, y cofundado por Beltrán) hasta que el ex presidente colorado retara a duelo a Beltrán. El duelo se llevó a cabo en el centro de la cancha del Parque Central, estadio del Club Nacional de Football, sobre el mediodía, usando como armas pistolas de un solo tiro, las cuales debieron ser recargadas debido a que ambos contendientes fallaron el primer disparo; en la segunda oportunidad, el colorado, de 64 años de edad, acertó en el pecho de su oponente, quien murió pocos minutos después, a los 35 años. El artículo que desató la ira de Batlle y Ordónez había sido publicado unos días antes bajo el título “Qué tupet!”, y comenzaba diciendo “El campeón del fraude acusa al Partido Nacional”, en alusión al dirigente colorado. Tres meses antes, el 13 de enero, el propio Batlle y Ordóñez había participado en otro duelo, sable en mano, ante el Dr. Leonel Aguirre, cofundador del diario El País (con Washington Beltrán y Eduardo Rodríguez Larreta), también por artículos publicados por dicho diario que hacían alusión al ex presidente, y también convocado por éste por sentirse agraviado. En este caso, el duelo se desarrolló en la ciudad de Pando y la victoria correspondió a Aguirre por haber logrado herir a Batlle y Ordóñez en el brazo izquierdo, dejándolo en manifiesta inferioridad según criterio de los médicos que acompañaban a cada uno.

La Ley de Duelos

En 1920, cuatro meses después del duelo Batlle y Ordóñez – Beltrán, se promulgó en Uruguay la ley 7253, llamada Ley de Duelos, que reglamentaba los enfrentamientos personales, estableciendo un marco legal para que éstos pudieran desarrollarse sin implicar un delito, siempre y cuando se hiciera dentro de ciertas normas. La ley establecía que, como primera alternativa, los padrinos tenían un deber conciliatorio, para lo cual deberían conformar un Tribunal de Honor, cuyo objetivo sería la búsqueda de la reconciliación entre las partes; los padrinos de cada parte deberían designar un miembro, y éstos deberían designar al tercero. Sólo en caso de no lograr su objetivo, deberían acordar las condiciones en que se desarrollaría el duelo. En caso de llegar al duelo, la ley no establecía cómo debería implementarse, sino que delegaba esta función a un Código de Honor, redactado por el Dr. Pedro Coral Luzzi. Una curiosidad de la ley, es que actuaba en forma retroactiva, intentando legitimizar duelos ocurridos con anterioridad (como de Batlle y Ordóñez – Beltrán), ya que el artículo 10, el último, rezaba: “El artículo 1 de la presente ley se aplicará a los duelos efectuados antes de la promulgación de la misma, aún cuando no se haya sometido al Tribunal de Honor el caso que motivó el duelo”.

Entre los duelos más relevantes desde que entrara en vigencia la Ley de Duelos se encuetra el del 26 de enero de 1924, cuando se batieron a duelo con pistola el Coronel Riverós, por entonces titular del Ministerio de Guerra y Marina bajo la presidencia del Dr. José Serrato, y el dirigente colorado y ex presidente (hasta el año anterior) Dr. Baltasar Brum. El motivo fueron las durísimas críticas de Brum al proyecto de Riverós de instaurar el servicio militar obligatorio. El lance se llevó a cabo en la quinta del Dr. Domingo Veracierto, pero Brum optó por bajar su arma sin disparar, y Riverós, al notar la actitud de su oponente disparó al aire, dando por finalizado el duelo.

En 1934, una revisión del código penal reafirmó la legalidad de los duelos, siempre y cuando fuese hecho bajo las condiciones que marcaba la Constitución de 1920, castigando cualquier actividad de “duelo irregular”.

En 1957, el Dr. Luis Batlle Berres, sobrino de don Luis Batlle y Ordóñez, también se vio involucrado en un duelo. La razón fueron sus continuados ataques al Ejército Nacional, al que consideraba una entidad que no servía para nada. Esto molestó a varios de sus integrantes, reinando en la institución castrense un ambiente antibatllista; en particular el general Juan Pedro Ribas, un reciente ex ministro de defensa, se sintió ofendido. En el cruce de acusaciones que se produjo entre ambos, Batlle, siguiendo la tradición de su tío retó a duelo al militar, que se llevó a cabo el 22 de noviembre, y en el cual el dirigente colorado resultó gravemente herido.

Durante la década de 1970, antes y después del comienzo de la dictadura cívico militar (1973-1985) , también se desarrollaron varios duelos que involucraron a influyentes personalidades de la época, e incluso de la actualidad: Manuel Flores Mora (“Maneco”) ante el Dr. Julio María Sanguinetti, el mismo Manuel Flores Mora ante el Dr. Jorge Battle Ibáñez, Danilo Sena ante Enrique Erro, y el general Líber Seregni ante el general Juan Pedro Ribas.

Los duelos de Flores Mora ante Sanguinetti y Batlle fueron consecutivos y por la misma razón: Flores Mora había acusado a Batlle de presionar para provocar una nueva devaluación de la moneda, y lo acusaba de haberse beneficiado con la anterior devaluación en 1968 (la famosa “infidencia” de Batlle). No estando presente el propio Batlle, la posta la tomó el Dr. Sanguinetti, director del diario Acción, quien en su editorial trató a Flores Mora de traidor, demagogo e irresponsable, lo que llevó a que éste retara al primero a un duelo. El combate habría de desarrollarse el 21 de octubre de 1970 con sable de doble filo y punta, hasta que alguno cayese o ambos resultasen heridos; finalmente, tras alrededor de un minuto de combate ocurrió lo segundo. Posteriormente, otro editorial en el mismo diario, esta vez firmado por Jorge Batlle Ibáñez, hijo de Luis Batlle Berres y sobrino nieto de Luis Batlle y Ordóñez, llevó a que Flores Mora volviera a exigir una reparación, con las mismas condiciones. El duelo se desarrolló el 11 de noviembre en la base aérea número 1 de la Fuerza Aérea Uruguaya, con exactamente el mismo resultado, aunque requirió seis asaltos de dos minutos cada uno. En ninguno de los dos casos hubo, después del duelo, reconciliación entre las partes. Casualmente, los tres involucrados (Flores Mora, Sanguinetti y Batlle) pertenecían al Partido Colorado.

Un año después, se enfrentaron con pistolas los generales retirados del Ejército Uruguayo Líber Seregni y Juan Pedro Ribas, pocos días después que ambos fuesen candidatos a la presidencia de la República (Frente Amplio y Partido Colorado respectivamente). En este caso, Ribas había sostenido, durante la campaña electoral, que Seregni era un militar traidor a la patria por haber aceptado ser candidato a presidente de un partido “comunista”, razón por la cual este último le envió a sus padrinos luego de las elecciones. La contienda tuvo lugar en Pando el 7 de diciembre de 1971, y a pesar de que habían acordado un duelo a dos disparos, el director decidió cancelar el duelo luego de que ambos fallaran el primer tiro debido, aparentemente, a que Ribas se tomó tiempo para apuntar, algo que, según el Código de Honor, está prohibido (aunque Ribas adujo que no había escuchado la orden de hacer fuego). Antes, el 10 de agosto del mismo año, se debatieron a duelo el ex ministro por el partido nacional y entonces parlamentario por el Frente Amplio Enrique Erro y el brigadier Danilo Sena, entonces titular del Ministerio del Interior; las características fueron las mismas: también fue a pistola, nadie salió herido y tampoco hubo reconciliación. Oficialmente, estos fueron los últimos dos duelos “legales” en la historia del país.

En 1990 el entonces inspector de la policía Saúl Clavería retó a duelo al entonces y actual director del diario La República Dr. Federico Fasano Mertens debido a acusaciones que publicara su diario referidas a supuestas actividades de contrabando y narcotráfico que realizara el funcionario público y que, según un tribunal de honor, no tenían fundamento. Al principio, Fasano declinó participar del duelo, indicando que tal actividad iba contra sus principios (“aceptar batirme a mano armada con otro ser humano no entra en los códigos de conducta que elegí para mi azarosa vida. Repugna mi conciencia y estremece mis neuronas” [2]), y que de verse obligado a hacerlo, no intentaría defenderse (“[El tribunal de honor] me dará la razón. Y si no me la diera y me obligara a batirme, concurriré al campo que se me indique con la conciencia serena a ponerme a disposición del inspector Clavería, para que pueda calmar su peculiar sentido del honor [...] no violaré mi juramento de vida, que no intentaré herir a ser humano alguno, que no empuñaré las armas que me entreguen los padrinos, que, si las empuñare, no las utilizaré, que no me defenderé bajo ningún concepto, y que, sin embargo, no faltaré a la cita” [2]). Finalmente, Fasano aceptó el duelo bajo tales condiciones, pero éste no se llevó a cabo ya que Clavería no se presentó. Lo curioso del caso es que Fasano, director de un diario de corte izquierdista, había elegido como padrinos a sendos directores de diarios de la competencia, de filiaciones derechistas, quienes terminaron por no aceptar el ofrecimiento cuando Fasano declaró que no pensaba defenderse.

Hubieron otros duelos remarcables que pudieron ser pero no fueron. Uno de ellos, en 1901, involucró al excéntrico escritor Roberto de las Carreras y al periodista Alvaro Armando Vasseur, cuando este último publicó en el diario El Tiempo una artículo sobre el primero nada favorable, pero cuando el dandy lo retó a duelo, Vasseur se negó a aceptarlo por ser de las Carreras un bastardo (lo que éste no solo no rechazó, sino que siempre lo proclamó con orgullo). Otro duelo que pudo ser pero no fue, por razones tragicómicas, fue el que tenían acordado en 1902 el poeta Guzmán Papini y Zas con Federico Ferrando, pero al que éste no pudo asistir debido a que unos días antes, su amigo, el escritor Horacio Quiroga, lo mató accidentalmente de un tiro cuando lo preparaba para la contienda.

El duelo que no fue entre Fasano y Clavería desató discusiones tanto en el ámbito nacional como internacional, que llevaron a que en 1992, durante el gobierno del nacionalista Dr. Luis Alberto Lacalle, se aprobara la ley 16274 que dejaba sin efecto a la ley 7253 y ciertos artículos del código penal y por tanto los duelos volvían a ser considerados fuera de la ley, y la participación en cualquier nivel en uno era pasible de sanciones penales. De todas maneras, hasta la actualidad no pocas personas han admitido que la Ley de Duelos, o alguna similar, podría llegar a analizarse, debido a que, según afirman, existe un vacío legal ya que las leyes actuales no son capaces de asegurar la preservación del honor de las personas, y la restauración rápida y eficiente cuando el mismo es dañado. Sobre esto, en una carta escrita en 1999 a la Suprema Corte de Justicia por el ex presidente Dr. Luis Alberto Lacalle y publicada en [8] decía “[...] Derogada la ley de duelos, recayó en el Poder Judicial la exclusiva tarea de defender el honor del particular, arbitrariamente vilipendiado, reparándolo en esos casos y condenando a quien lo lesionó ilegítimamente. Es notorio que han fracasado en tan básica misión. Nadie, no yo, nadie que haya sido agraviado en su honor ha encontrado una tutela en el Poder Judicial.[...]”. Entre otras de las personas que en algún momento han expresado que podrían considerar una ley equivalente a la Ley de Duelos, se destacan el ex presidente colorado Julio María Sanguinetti , el parlamentario blanco y ex vicepresidente Dr. Gonzalo Aguirre (quien escribió en un editorial del diario El País de 28 de marzo de 2005, que [9] “[...]Siendo los legisladores irresponsables por sus actos funcionales (Art. 112 de la Carta), los lesionados por sus dichos públicos no podrían llamarlos a responsabilidad en vía judicial. Ni al duelo podrían apelar, tras la errónea derogación de la ley de duelos, en 1991(sic) [...]”) y el senador comunista Eduardo Lorier (este último, tras ser acusado de “travesti político” por un miembro de Asamblea Popular, en 2010, declaró a un programa periodístico “Quizás algún día se pueda recuperar la Ley de Duelo para zanjar este tipo de cosas como se debe. Nosotros no podemos dar el mal ejemplo ni contestar esas barbaridades ni tomar medidas personales”).

La ley 16274, que aún está vigente, cuenta con 6 artículos, fue aprobada por el senado el 1 de julio de 1992 (entre paréntesis se indica el resultado de la votación) [10]:
"ARTICULO 1°. - Derógase la Ley N° 7.253, de 6 de agosto de 1920, y los artículos 38 y 200 a 205, inclusive, del Código Penal de 1934". (aprobado, 20/28)
"ARTICULO 2°. - Recibida la instancia por delito de difamación o injuria el Juez convocará a una audiencia pública, quedando los autos de manifiesto en la oficina. Denunciante y denunciado podrán proponer prueba hasta cinco días antes de la fecha fijada para la audiencia". (aprobado, 19/27)
"ARTICULO 3°.- La audiencia será presidida por el Juez, con la presencia del Fiscal, quien podrá hacerse representar por un funcionario letrado de su oficina. \ Denunciante y denunciado comparecerán con asistencia letrada, prestarán declaración y participarán en la recepción de la prueba. \ En la audiencia, prorrogable a criterio del Juez, se diligenciará la prueba ofrecida así como la propuesta por el Juez o el Ministerio Público, en su caso, en cuanto fuere admisible de acuerdo con lo establecido por el artículo 336 del Código Penal" (aprobado, 18/27)
"ARTICULO 4°.- El Ministerio Público solicitará el procesamiento del denunciado o el archivo de los antecedentes, en su caso. \ La conciliación, que será obligatoriamente tentada por el Juez, determinará el archivo del expediente. \ La retracción inequívoca del ofensor no aceptada por el ofendido configurará una circunstancia atenuante. \ El denunciante podrá desistir de su denuncia mientras no exista sentencia ejecutoriada. De no mediar oposición del denunciado, se archivará el expediente". (aprobado, 18/26)
"ARTICULO 5°.- El denunciante podrá solicitar en su demanda que el fallo sea publicado en un medio de circulación nacional y el Juez así lo dispondrá con cargo al denunciado, si éste resultare condenado, o al denunciante, si se dictare fallo absolutorio". (aprobado, 19/25)
"ARTICULO 6°.- Decretado el procesamiento regirán las disposiciones pertinentes del Código del Proceso Penal". (aprobado, 18/25)

Según el informe que se puede encontrar en [4], desde 1920 hasta 1992, período en que estuvo vigente la Ley de Duelos, se plantearon cerca de 500 desafíos, alrededor de 30 duelos tuvieron lugar, y sólo una persona encontró la muerte.

Referencias

[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Duelo
[2] http://www.elpais.com/articulo/ultima/URUGUAY/Federico/Fasano/elpepiult/19900303elpepiult_1/Tes/
[3] http://www.denorteasur.com/asp/articulo.asp?numero=234&id=315
[4] http://www.elrincondelasospecha.com/index.php/la-lupa/investigacion/49-academica/72-conflicto-entre-el-derecho-a-la-informacion-y-el-derecho-al-honor
[5] http://www.raicesuruguay.com/2010_08/barrio_sayago.html
[6] http://www.uruguayinforme.com/news/12032010/12032010_dornel_duelos.php
[7] http://www.espectador.com.uy/1v4_contenido.php?id=188240&sts=1
[8] http://www.espectador.com/text/documentos/lacalle.htm
[9] http://www.elpais.com.uy/05/03/28/predit_145000.asp
[10] http://200.40.229.134/sesiones/AccesoSesiones.asp?Url=/sesiones/diarios/senado/html/19920701s0021.htm
[11] http://uruguaymilitaria.com/Foro/viewtopic.php?f=35&t=1282&start=15

22/8/10

Leandro Gómez y La Heroica defensa de Paysandú


"Debemos jurar en presencia de Dios y a la vista de nuestra Patria amenazada, morir mil veces luchando contra extranjeros y traidores, sin mirar el número, antes de consentir que la libertad del pueblo oriental y su independencia sean pisoteadas". Declaratoria en los festejos del Día de la Independencia en la ciudad de Paysandú, 25 de agosto de 1864.

Desde que estaba en la escuela, había sentido nombrar a “La Heroica”, y sabía que era algo relacionado con el departamento de Paysandú, pero no tenía conocimiento de qué cosa era realmente. En mi último cumpleaños, en abril, me regalaron el libro No robarás las botas de los muertos, de Mario Delgado Aparaín, que cuenta cómo se desarrollaron los hechos que llevaron a que un reducido grupo de hombres, la mayoría afines al Partido Blanco, decidieran oponerse con todos sus medios a las fuerzas coloradas de Venancio Flores, que con el apoyo del ejército imperial brasileño pretendían tomar la ciudad de Paysandú, en lo que posteriormente sería conocido como “La heroica defensa de Paysandú”. Este grupo de hombres, la mayoría mal entrenados pero con mucha voluntad y compromiso para con su patria, fueron comandados por el General Leandro Gómez, fiel defensor de la independencia y leal servidor del gobierno nacional, aún cuando éste lo dejara solo en su lucha.

La Heroica

Para 1839, los conflictos de intereses entre los patriotas nacionales, los unitarios y federales argentinos, los imperialistas brasileños, y los remanentes de las influencias extranjeras en la región, principalmente portugueses, ingleses y españoles, llevaron a que se desatara una guerra de gran magnitud, que sería conocida como Guerra Grande. Durante el transcurso de ésta, el general blanco Manuel Oribe se propuso retornar al gobierno de la República, cargo que que había usufructuado bajo las condiciones de la Constitución de 1830, desde 1834 y hasta que el general colorado Fructuoso Rivera impulsara un golpe de estado logrando hacerse con el gobierno en Montevideo en 1838.

Así, en 1843 Oribe emprende una cruzada desde la otra orilla del Río Uruguay con el objetivo de establecer el sitio de Montevideo. De esta manera, y hasta 1951 cuando finalizara la Guerra Grande, el país quedaría dividido en dos, con sendos gobiernos paralelos: por un lado el Gobierno de la Defensa, por parte de los colorados en Montevideo, y el Gobierno del Cerrito, por parte de los blancos a pocos kilómetros de la ciudad (cerca de donde hoy se encuentra el barrio Cerrito de la Victoria). Gracias a la colaboración de los imperialistas portugueses, los colorados logran obligar a los blancos sitiadores a retirarse, dando así por finalizada la Guerra Grande.

Luego de la Guerra Grande siguió un período de relativa calma, en el que incluso un hombre del Partido Nacional, como Bernardo Berro, logró acceder a la presidencia de la República en 1860. Sin embargo, la situación social y económica era más que deplorable, con el campo destrozado y abandonado, enormes deudas para con gobiernos extranjeros y la situación política extremadamente inestable.

El 19 de abril de 1863 el caudillo colorado Venancio Flores, exiliado en Buenos Aires, emprende una cruzada con el fin de derrocar el gobierno de Berro; mientras sus partidarios la asimilaron a la cruzada libertadora de 1825 encabezada por Juan Antonio Lavalleja, sus opositores los consideraban traidores a la patria. Flores gozaba por entonces del apoyo del presidente argentino Bartolomé Mitre, quien comandaba al ejército unitario, enemigo de los federales que habían respaldado a Oribe durante la Guerra Grande. Aún existen discusiones sobre las causas que llevaron a Flores a buscar el derrocamiento del gobierno blanco de Berro, pero se destacan como principales razones su propia voluntad de ser presidente de la República, la oposición de los blancos a que la Iglesia Católica tuviera influencia en el gobierno (los colorados se habían autoproclamados defensores de la Iglesia), y la prohibición de recordar a los mártires colorados de Quinteros. Además, se suele destacar que Berro era aliado de Franciso Solano López, gobernador del Paraguay, acérrimo enemigo de los unitarios argentinos y los imperialistas brasileños, aliados de Flores.

Con un contingente de hombres más bien escaso, pero sabiéndose respaldado por Pedro II de Brasil y por muchos de los grandes influyentes argentinos (a pesar de que Mitre, presidente argentino, dio su palabra al gobierno nacional establecido que no habría de apoyar a los invasores, que de libertadores tenían poco pues eran apoyados más por extranjeros que por criollos), Flores emprendió su cruzada desde el Rincón de las Gallinas, en el actual departamento de Río Negro, con el objetivo de avanzar hacia el sur hasta llegar a la capital y derrocar al gobierno constitucional. Luego de pasar por algunos pueblos y tomar la ciudad de Salto, llegó a la ciudad de Paysandú, desde siempre un bastión blanco y pieza fundamental de la defensa nacionalista. Por su ubicación y significado para la resistencia, resultaba imperioso para los colorados tomar la ciudad, lo que en principio no debería constituir un problema ya que estaba habitada mayoritariamente por familias, con gran número de mujeres y niños, y relativamente pocos hombres entrenados en cuestiones militares.

Luego de un primer intento de sitio a principios de 1864, fallido debido a la escasez de hombres y la amenaza de las fuerzas oficialistas cercanas (también reducidas), el sitio fue finalmente establecido sobre el final del mismo año, con el apoyo de parte de la flota naval imperialista portuguesa bajo el mando del Marqués de Tamandaré, a los servicios de Pedro II, cuyos buques estaban fondeados en las cercanías de la costa, y una fracción del ejército profesional brasileño. Los defensores de la ciudad ascendían a poco más de 1000 hombres y algunos jóvenes mayores de 14 años, mal armados y con pocas perspectivas de recibir apoyo en el futuro inmediato, particularmente luego de que algunos barcos pertenecientes a las armadas de Francia, Inglaterra y España fueran conminadas por sus respectivos embajadores a no tomar parte en el conflicto bajo el principio de neutralidad. Al mando de la defensa se encontraban los coroneles Leando Gómez y Lucas Píriz.

Una vez establecido el sitio, Flores envió una carta dirigida el jefe de la defensa:
El General en Jefe del Ejercito Libertador. Cuartel general, frente a Paysandú, Diciembre 3 de 1864. El abajo firmado General en Jefe del Ejercito Libertador pone a V.S. de plazo para la entrega de la plaza con su guarnición y todos los elementos de guerra que ella contiene, hasta pasado mañana 5 del corriente, a la hora de salida del sol. Efectuada la entrega de la plaza los Jefes y Oficiales de esa guarnición obtendrán sus pasaportes para al paraje que designen, pudiendo permanecer en el seno de la República los que así lo soliciten. Vencido el plazo fijado, y procediéndose enseguida al ataque, V.S. pagará con su vida las consecuencias o desastres que puedan ocasionarse. Para concluir, diré a V.S. que para evitar que las familias sufran algún daño debe V.S. notificar a la población lo antedicho, pudiendo disponer de todo el día de mañana las personas que quieran dejar la ciudad. Dios guarde a V.S. por muchos años. Venancio Flores”

La respuesta de Gómez fue categórica: “cuando sucumba”. A la carta de Flores siguió otra del Marqués de Tamandaré, quien indicaba que se aprestaba a bombardear la ciudad y que de no rendirse aceptaba ser responsable de los daños que dicho bombardeo causaría. La respuesta de Gómez volvió a ser negativa, añadiendo que, de llevar adelante su ataque, lo haría impunemente ya que sabía que no contaba con el equipamiento para defenderse y mucho menos responder. Tras esto, el coronel Gómez se presentó a caballo y con su mejor uniforme ante los que se aprestaban a defender la ciudad y exclamó “¿Juráis vencer o morir en la defensa de esta Plaza?”, recibiendo como respuesta un efusivo “Sí, juramos” de todos los presentes. Esta escena, así como gran parte de la historia referida al sitio de Paysandú y su “heroica defensa”, fue relatada por el capitán Hermógenes Masanti, colaborador cercano del coronel Leandro Gómez, en su Diario de Guerra, que más tarde sería publicado como libro, y en el cual relata día a día los eventos ocurridos, con su particular visión desde el punto de los sitiados, a pesar de todas las carencias y necesidades por las que atravesaba; este mismo libro fue tomado como base por Delgado Aparaín para construir su novela.

Con el paso de los días la situación dentro de la ciudad fue haciéndose crítica a medida que las paredes iban cayendo bajo los ataques externos, el número de hombres muertos y heridos iba creciendo y las reservas de alimentos y municiones se esfumaban. Los defensores lograron una tregua para permitir que las mujeres, los niños, los heridos y los extranjeros pudieran abandonar la ciudad, al tiempo que esperaban ganar tiempo para que una supuesta ayuda llegara, pudiendo ésta venir desde el Paraguay enviada por Solano López, lo que nunca fue hecho, desde la capital enviada por el gobierno oficialista, aunque los blancos en la capital no estaban dispuestos a marchar hacia el interior y abandonar la ciudad, o desde la otra orilla del Río Uruguay, pero Justo José de Urquiza decidió mantenerse neutral (a pesar de que uno de sus hijos formaba parte de la defensa) y Juan Saa, el único que intento acudir en socorro de sus aliados fue detenido por fuerzas coloradas en el departamento de Río Negro. Para peor para los defensores, los que incrementaban sus fuerzas eran los sitiadores, que recibían con música y banderas al ejército imperialista brasileño.

En el último día del año, ya era patente que la resistencia no duraría muchas horas más. Con esto presente, Gómez convocó a todos sus oficiales con el objetivo de resolver cómo continuar. Las opiniones eran acordes: no quedaba otra que rendirse. Según relata Masanti, “el Comandante Aberastury indicó que el Honor Nacional estaba salvado, y que no le parecía deshonroso entablar negociaciones” con los sitiadores; sin embargo, éstos últimos solo esperaban una rendición incondicional, o la destrucción total.

Luego de enviar un par de cartas a los sitiadores, Gómez decidió arriar la bandera punzó que marcaba la disposición al combate e izar en su lugar la blanca para pedir una tregua. Sin embargo, esto último fue mal interpretado por los sitiadores, quienes se convencieron que habían obtenido la rendición total de los defensores. Lo cierto es que los pocos defensores que podían prestar resistencia eran demasiado escasos, y quedaban porciones de la ciudad muy mal defendidos, lo que fue aprovechado por las fuerzas de Flores para ingresar en ella y tomar la plaza, con prácticamente nula resistencia de Gómez y sus seguidores. Para entonces, Píriz ya había fallecido debido a heridas recibidas. Pocas horas después, el general Leandro Gómez (ascendido a dicho rango por Atanasio Aguirre, sucesor de Berro en la presidencia) sería fusilado, al igual que la mayoría de los oficiales que lo acompañaron en su heroica defensa de una ciudad que no solo fue importante por su ubicación estratégica o por su simbología para los blancos, sino porque significó la honorable defensa de la independencia ante un ataque extranjero liderado por un criollo traidor.

Luego de tomar la ciudad de Paysandú, Flores siguió su camino rumbo al sur, tomando Florida el 4 de agosto y entrando finalmente en Montevideo el 21 de diciembre de 1864. Desde entonces, estableció un gobierno provisorio, que se extendería hasta 1868, año en que sería asesinado. Durante su gobierno, la persecución hacia los “blanquillos” fue intensa, y comprometió al país en la Guerra de la Triple Alianza, en la que junto a Argentina y Brasil atacaron al Paraguay gobernado por Solano López, por entonces la principal potencia americana, y ejemplo de desarrollo y civilización en la región.

Leandro Gómez

José María Leandro Gómez Calvo nació en Montevideo el 13 de abril de 1811, décimo hijo del gallego Roque Gómez y la criolla María Rita Calvo. Por entonces, la ciudad estaba regida por el virrey Francisco Javier de Elío, y se encontraba sitiada por las fuerzas revolucionarias de José Artigas.

Fervoroso militante del Partido Blanco (luego Partido Nacional), llegó a ser hombre de confianza del que fuera presidente de la República Manuel Oribe. Desde 1837 formó parte de la Guardia Nacional, alcanzando el grado de Capitán y participando en varias batallas con buenos resultados.

En 1843 participó en el sitio de Montevideo, en el marco de la Guerra Grande, con el objetivo de permitir que Manuel Oribe recobrara la presidencia de la República, que le había sido arrebatada por Fructuoso Rivera en 1838 tras dar un golpe de estado. Cuando los blancos establecieron el Gobierno del Cerrito, un gobierno paralelo al Gobierno de la Defensa colorado, Gómez fue designado Oficial Ayudante del General Oribe.

En 1860 fue ascendido al rango de Coronel, y al año siguiente fue designado Oficial Mayor del Ministerio de Guerra y Marina. En 1863 fue designado Comandante Militar de Salto, y posteriormente trasladado con el mismo cargo a Paysandú.

Cuando el General Venancio Flores invadió Uruguay con el objetivo de volver a hacerse con el gobierno, Leandro Gómez lideró la defensa de la ciudad de Paysandú, un bastión blanco y ubicación estratégica de suma importancia. A pesar de contar con muy pocos hombres, escasas armas y municiones y prácticamente nulo abastecimiento de alimentos, logró resistir casi dos meses ante los constantes ataques de los levantados colorados apoyados por el ejército profesional imperial brasileño, incluido parte de su flota marina de guerra.

En la madrugada del 2 de enero de 1865, tras ser tomada la plaza de la ciudad, Gómez fue hecho prisionero y fusilado, junto con varios de sus oficiales.

Profundamente partidario de la independencia, era también admirador y seguidor de José Gervasio Artigas, incluso cuando la figura de éste no gozaba de la mayor popularidad y se regaba una leyenda negra que lo identificaba con un maleante peligroso y enemigo del gobierno. Si bien participó con buen suceso en varias batallas y conflictos, su participación más importante fue la defensa heroica de la ciudad de Paysandú, a la que otorgó tanta importancia por su ubicación estratégica como por su significado de defensa de la independencia, del gobierno constitucional y de la necesidad de oponerse con todo lo que esté a su alcance a los invasores, sean éstos extranjeros o nacionales traidores.

Una vez muerto, su cuerpo debió ser incinerado pero los restos óseos fueron rescatados por algunos de sus antiguos colaboradores y trasladados a Concepción del Uruguay, en Argentina, donde fueron ocultados por un cura, el cual sabiéndose en riesgo, optó por entregarlos a una vecina. Esta, a su vez, contando con una edad avanzada y con miedo de que se perdieran o cayeran en manos equivocadas decidió dárselos a un familiar de Leandro Gómez. En 1884 el entonces presidente Máximo Santos hizo gestiones para repatriar sus restos y darles sepultura en el Cementerio Central, en Montevideo. En 1965 los habitantes de Paysandú propusieron que, a modo de homenaje, se construyera un mausoleo en el cementerio de la ciudad donde fuesen colocados sus restos, pero la idea no prosperaría debido a una carta supuestamente escrita por el propio Gómez en la cual declaraba que su deseo era ser sepultado en Montevideo junto a su esposa. Sin embargo, en 1984, durante la dictadura cívico militar, los restos fueron finalmente trasladados a Paysandú, aunque siempre se mantuvo la discusión si los restos que allí se encuentran son realmente los del General o sus familiares los sustituyeron por otros, o incluso que la urna se encontraba vacía.

En noviembre de 2009, días antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, desconocidos profanaron el mausoleo dedicado a Leandro Gómez y hurtaron el contenido de la urna en la que supuestamente se encontraban sus restos, aunque ninguno de los otros objetos que se encuentran dentro del mausoleo fue tocado. Dirigentes del Partido Nacional dijeron no creer que el hecho estuviera relacionado con las elecciones. En marzo de 2010 fueron capturados dos de los supuestos ladrones, quienes declararon que actuaron por encargo de un legislador del Partido Nacional. Por ahora, están implicados un ex diputado blanco y candidato a intendente por el departamento de Paysandú, un ex edil del mismo partido, un empresario que ya se encuentra procesado y varias personas que están siendo investigadas.

Por las dudas, a quien le interese, tengo que decir que el diario escrito durante la defensa de Paysandú por Hermógenes Masanti fue publicado como libro pero también puede encontrase libremente en internet. Por otra parte, el libro No robarás las botas de los muertos, de Mario Delgado Aparaín, si bien es una novela con personajes reales e inventados, está basado en dicho diario, usando por fragmentos exactamente las mismas palabras. No es un libro muy extenso que por la forma en que está escrito, y por el enfoque dado a la historia, se lee muy rápidamente, resulta atrapante e interesante, más sabiendo que se trata de una historia perfectamente real y relativamente cercana a nosotros. Muy recomendable.

8/8/10

Misantropía, nihilismo, existencialismo,...

Hace ya algún tiempo escribí un artículo en el que intentaba expresar lo que sentía en el momento: vacío existencial. Desde entonces pocas cosas han cambiando, de hecho una sola: ya culminé la carrera que estaba cursando, y tengo el título de ingeniero en sistemas. Por lo demás, todo sigue igual. Esto es, sigo creyendo que no tengo lugar en el mundo, que solo estoy aquí dejando pasar el tiempo, ocupándolo en cosas que no tienen ninguna finalidad y seguramente ningún beneficio para nadie.

En esta oportunidad, quiero agregar algunas cosas a mi reflexión de entonces: está bien que me declare misántropo a mí mismo? Y nihilista? Existencialista tal vez? Porque como dije aquella vez, en estos tiempos que corren todo tiene que tener un nombre. Por esto, yo elegí asignarle a lo que siento más de uno.

La misantropía consiste en la aversión generalizada hacia la especie humana, y particularmente a la sociedad. Generalizada porque no representa un desagrado por personas o minorías particulares (eso correspondería más a la xenofobia) sino a las características que son compartidas por toda la humanidad o, al menos, por los que son comunes a los miembros de la sociedad en la que se desenvuelve casualmente el misántropo. Puede manifestarse de múltiples maneras, desde el aislamiento y la autoexclusión, pasando por la crítica social, el sectarismo o hasta el comportamiento psicópata o el autodestructivo.

El nihilismo consiste en considerar que en la especie humana no existe ninguna finalidad superior inherente a ella, ni valores propios del ser humano. Para mucha gente, el nihilismo significa no creer en absolutamente nada, particularmente en dogmas cualquiera sea el origen de éstos. En realidad, para mí está más relacionado con la creencia de que no existen valores esenciales superiores a los que debe aspirar el ser humano, y que en cambio la existencia en sí misma no tiene ningún objetivo, significado o propósito. Además, como causa y consecuencia a la vez, los nihilistas son particularmente escépticos, destacando que en la realidad nada puede ser conocido con precisión, y aunque se pudiera, no tendría objeto.

El existencialismo consiste en descartar toda creencia en la existencia de una esencia humana, que lo hace diferente a otros animales, sino que el ser humano, al igual que éstos, está “arrojado al mundo”, con el único objetivo de existir por un momento para luego dejar de existir. En esto, lo único que diferencia al humano de otro animal es su discutible inteligencia y conciencia, teniendo así libertad para hacerse a sí mismo antes de dejar de existir.

A que viene todo esta diarrea verborrágica? A que en los últimos tiempos, me han pasado algunas cosas que si bien pueden parecer poco importantes, comparadas con las habituales en mi emocionante vida son destacables.

El primer hecho destacable digamos que ocurrió en febrero pasado, cuando despidieron a una compañera de trabajo por razones que para mí no eran justificables. No viene al caso qué fue lo que pasó, pero entonces me pareció que era el momento de cambiar de trabajo, no podía continuar en un lugar donde veía como entraba y salía gente como si fueran paquetes. El mismo día hablé con una conocida, que ya me había insistido varias veces para que me fuera a su trabajo, y le mandé mi currículum para que ella a su vez lo pasara a sus superiores. El hecho es que me llamaron a una entrevista para el día siguiente, a la que no fui, a pesar de que había pedido que la respuesta fuera rápida. Porqué no fui? Pues por dos razones: por un lado porque hablé con mis superiores y trataron de convencerme que era un caso puntual (yo sabía que no era tan así), y por otro por cobardía, comodidad y egoísmo: me gusta la estabilidad, soy reacio a los cambios y siempre tengo miedo de lo que puede pasar en el futuro, por lo que prefiero quedarme donde estoy, bien o regular pero cuasi seguro, a probar cosas nuevas que pueden salir rematadamente mal (el optimismo no es en absoluto una de mis cualidades). En su momento sentí que traicioné mis principios, porque me había prometido a mí mismo que si de iba alguien más yo lo seguía. Tras esto, reafirmé la idea de que solo trabajo para seguir trabajando, no tengo ningún objetivo que perseguir más que tener trabajo al día siguiente. Miro al futuro y me pregunto qué quiero o deseo, y la respuesta es contundente: nada. Esto implica que no estoy dispuesto a hacer ningún esfuerzo personal para mejorar, solo continúo donde estoy porque el esfuerzo que me exige es el que estoy acostumbrado. Aunque no me guste.

El segundo hecho destacable sucedió gracias a Facebook, lugar donde me metí por curiosidad y que poca importancia le dí al principio. Resulta que poco a poco se fue armando un grupo compuesto por muchos de mis ex compañeros de primaria, que intentaron armar eventos para reencontrarse, ponerse al día y en algunos casos retomar alguna amistad de la infancia. Si bien al principio me interesó un poco y traté de involucrarme, rápidamente me di cuenta de que el tiempo no cambia casi nada: yo sigo siendo el mismo tonto que está por fuera del grupo, prescindible y que solo era invitado por obligación o porque estaba en la misma clase. Cuando hablan de mí me siguen llamando de la misma manera despectiva (aunque afirmen que lo hacen porque es gracioso o simple), y cuando digo algo o bien lo ignoran o se burlan. Así que, sin quererlo, demostré otro punto: los grupos sociales no están hechos para mí. Yo no formo parte de ninguno de ellos, y nadie precisa que yo forme parte de ninguno de ellos; cuando lo hago, es solo para hacer número. Estoy de acuerdo que por mi manera de ser y hablar, la mayoría de la gente no considera útil o necesario y que, en general hace falta conocerme bien para descubrir algún resquicio de importancia, naturalmente casi siempre sustituible.

El tercer hecho relevante, si bien es anterior a los dos que ya describí, es más general. Resulta que por fin terminé la facultad y me recibí de ingeniero. Quienes fueron mis compañeros de estudio saben que nunca oculté mi desdén por el título, y que considero que no me cambia en nada tenerlo ahora respecto de antes cuando no era así, y que incluso estuve por abandonar un par de veces. Sin embargo, el cambio importante es que, al finalizar los estudios, también se cortaron las relaciones que tenía con la mayoría de mis compañeros, por no decir todos, y al menos en gran medida. Así, cada uno tomó por caminos diferentes, con la salvedad de que algunos de ellos trabajan juntos y por lo tanto continúan viéndose y otros aún siguen estudiando juntos. Incluso con la compañera con la que curse la mayoría de las últimas asignaturas, incluyendo la tesis de grado y con la que nos recibimos casi simultáneamente, he perdido el contacto (tal vez el no haber asistido a su casamiento por iglesia la molestó, pero ella sabe que evito las reuniones donde yo sería un perfecto desconocido). No me resultaría para nada complicado ponerme en contacto con ellos, tal vez mandar un email, una llamada telefónica o incluso una conversación por chat, pero con qué sentido? Qué pueden querer ellos de mí que no tengan ya? Qué tengo yo para ofrecer para que alguien quiera que lo contacte?

El cuarto y último hecho que quiero destacar no me involucra directamente a mí pero me hizo pensar, y a su vez en el marco de una discusión me hizo decir algo que molestó a un par de personas: resulta que en Catalunya aprobaron una ley que prohíbe las corridas de toros. Fue algo que me puso contento; pocas son las personas que me conocen y no saben que prefiero saber que un animal no es torturado (porque eso hacen con los toros en las corridas) a que una persona vive decentemente. Quiero decir, a mi entender vale más un toro o un caballo de esos que tiran de un carro de basura, que un torero o uno de esos que los conducen, haciendo al animal trabajar durante larguísimas jornadas sin descanso, a veces enfermo, lastimado y sin darle agua o comida.

Cuando me puse a pensar en todas estas cosas, fue cuando me di cuenta de que tanto el existencialismo, como el nihilismo, como la misantropía pueden aplicarse a mí. Soy claro: no tengo ningún aprecio por la humanidad. Justamente de eso se trata la misantropía. No creo que nada bueno pueda surgir del ser humano, y por supuesto no creo que el ser humano sea un animal superior. Tampoco creo que la sociedad me pueda ofrecer algo; no soy de los que está enojado con la sociedad, y de los que le echa la culpa, ni creo que la sociedad me deba nada, sino que soy de los que creen que la sociedad está porque está el ser humano; no siento la necesidad de incluirme en ella, no necesito que nadie me diga que tengo que salir más, tener más amigos o integrarme a grupos. Soy así, y no es una enfermedad. Quiero vivir como me sea más sencillo hasta el día que yo quiera, o hasta que me llegue la hora, lo que sea antes. No quiero realizar mi mejor esfuerzo para nada, porque se que cualquier cosa que pueda lograr es efímera, por no decir innecesaria. Nunca, o casi nunca, me esforcé más de lo mínimo necesario para alcanzar lo que era justamente necesario. Mis objetivos siempre estuvieron limitados a muy poca cosa, y ya casi no me quedan, ni los busco.

La sociedad es una masa hipócrita. Está llena de mensajes que hablan en plural pero apuntan a la individualidad. El éxito siempre es algo individual. La meta última de toda persona debe ser el éxito individual, a costa de lo que sea. Porqué las personas como yo que no aspiramos al éxito, ni a perdurar, ni siquiera a vivir, y que en cambio no renegamos del derecho a disponer de nuestra vida y muerte cuando queramos, somos considerados los extraviados, los que debemos ser corregidos, los que no encajan, los enfermos sociales? Porqué tenemos que integrarnos más con otras personas? Si todos vamos a terminar de igual manera, qué sentido tiene?

Puedo reconocer algo: hay momentos en que quisiera tener más amigos (si es que tengo alguno en realidad que no caiga en la categoría de compañero de trabajo o estudio, conocido o vecino), o incluso mantener más contacto con los que me conocen. Pero resulta en que cada vez que pienso en ello en seguida reflexiono en qué tengo yo para dar y resulta que nada. Lo único que tengo para dar es realismo negativo de sobra, de lo que todos llaman pesimismo... y un humor que a nadie cae bien ya sea porque es demasiado ácido (la realidad lo es), o porque la ironía o el sarcasmo no es entendido... en otras palabras, solo tengo aburrimiento, apatía y estupidez... y la gente se cansa rápido de eso, está comprobado.

31/5/10

En el día de hoy, el estado terrorista de israel cometió otro vil ataque contra la comunidad que apoya a Palestina. Las reacciones fueron casi unánimes en contra del terrorismo de estado aplicado por israel, pero los crímenes siguen quedando impunes.
En este otro blog expreso con mayor libertad mi sentir sobre este hecho. Por razones de fuerza mayor, en este blog, solo me limito a incluir un enlace...

http://blogs.montevideo.com.uy/paler